La conciencia histórica de unas mujeres y su tenacidad por mantener viva una tradición, que tiene más de 400 años, me emociona. Y por eso quiero escribir sobre ellas y sobre el legado que han recibido de sus madres, tías y abuelas y que quieren que sea continuado por sus hijas, en lo posible, pero por sobre todo añoran que no desaparezca.

Es la historia de las randeras de El Cercado, en la localidad de Monteros, al sur de Tucumán. Provincia que por su ubicación y tamaño representa el corazón de la Argentina. En este lugar, se siente aun el latido incesante de las tejedoras, de las 50 mujeres, según estimaciones provinciales, que sostienen con esmero y pasión esta tradición tucumana. “Yo comencé a los 11 años viendo a mi mamá. Ella la hacía, yo la veía y quería aprender. Para mí es un orgullo grande porque es la herencia que me ha dejado mi madre”, cuenta la randera Margarita del Rosario Ariza, en el documental Randas Tucumanas. “Mi mamá, mis tías, mis dos abuelas y sus hermanas, todas eran randeras”, dice Ana Toledo, quien ha continuado con el legado familiar.

La randa es una malla bordada que pertenece a la familia de los encajes. Para realizarla se utiliza una aguja, un palito, hilos finos de algodón y un bastidor. “La confección de la randa se divide en dos momentos de suma importancia. Por un lado, la elaboración de la malla y, por el otro, el bordado de la misma”, explica Alejandra Mizrhai, en el libro “Randa: tradición y diseño. Tucumanos en diálogo”.

Según se referencia en la publicación, antaño era una labor difundida, principalmente, entre las damas españolas, quienes la realizaban a modo de recreación. No se consideraba un oficio ni un medio de sustento, como sería más tarde. La randa llegó a América Latina con la conquista española y “después se ha resignificado y la preservan las mujeres de El Cercado. Es un tejido que se ha perdido mismo en España”, afirma Lucila Galindez, directora de Artesanías de Tucumán.

Desde la entidad desarrollan acciones de rescate y revalorización de esta artesanía tradicional tucumana, a través del dictado de talleres. Con la primera experiencia de taller, “abrimos las inscripciones a las 8 de la mañana y a la hora y media nos quedamos sin cupo. Entonces abrimos otro; y después cuatro más. Ahí fue la confirmación de que es un patrimonio cultural y del valor que tiene la randa”, enfatiza la responsable del área. Relata que las mujeres que se acercan a las capacitaciones les dicen que toda la vida habían esperado aprender la técnica. “Ellas conocían la randa por sus abuelas o tenían algún familiar que tejía, o también las carpetas de randa formaban parte de su casa. Me llamó la atención la conciencia de las mujeres de que esa técnica tiene que ser preservada, aprendiéndola y haciéndola”.

Con la ayuda de políticas públicas, la sistematización y documentación de la técnica junto al aporte de los nuevos cruces entre randeras y diseñadores se busca “promover la circulación de este bien representativo de la provincia y estimular a las randeras a no abandonar su tarea”, indican desde el Centro Cultural Virla de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), institución que desde hace unos años se ha encaminado en la tarea de recuperación, revalorización y reposicionamiento de la randa.

Es una brisa de aire freso y esperanzador para el colectivo de randeras frente a las dificultades que experimentan, principalmente, en la comercialización; situación que muchas veces las lleva, como ellas mismas afirman, “a dejar de tejer y a trabajar de otra cosa”. Las randeras de Monteros tienen un legado que han logrado mantener hasta hoy, el desafío como sociedad es lograr su continuidad y preservación.

Si viajan por Tucumán y quieren conocer la cuna de la randa y a sus hacedoras, el mejor mes para hacerlo es septiembre, época en la que celebra en El Cercado el Festival de la Randa.

Imagen: Mercado de Artesanías Tradicionales de Argentina (MATRA).