Por generaciones, las artesanas de la localidad de Llingua, isla que pertenece a la comuna de Quinchao (isla grande de Chiloé),  llevan en sus venas el trabajo con la fibra vegetal. Este lugar en que la cestería se inició a mediados de los 60’, se convirtió en una de las principales actividades de las mujeres de la zona.

Desde pequeñas aprenden el oficio de sus madres y abuelas, gracias a las variadas fibras que la isla provee y hace más fácil su trabajo. Todas juntas recogen la manila, el junquillo y los quiscales, materias primas de la zona, continuando el proceso de limpieza y secado antes de que esté en óptimas condiciones para dar paso a la creatividad de las manos de las chilotas.

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Por desgracia, son cada vez menos los jóvenes que continúan con el oficio y resulta más difícil compatibilizar la venta de la artesanía con las labores cotidianas. Es así que desde hace algunos años, decidieron agruparse con el objetivo de difundir su artesanía en la isla y alrededores y entablar relaciones comerciales más organizadas y estructuradas. De ahí que nace la agrupación  la Ballena dormida, cuyo nombre se debe a la característica forma de ballena que tiene la isla de Llingua y según las artesanas “Nuestra ballena (Llingua) está dormida, de no ser así no estaríamos viviendo sobre ella”.

Carmen Díaz, artesana de Llingua  e integrante de la agrupación la Ballena Dormida, llega dos veces a la semana a la Isla de Achao, un viaje de más de una hora en lancha, para comercializar sus productos en una hermosa tienda en el corazón de Achao, la cual fue creada con fondos FOSIS, muy cerca de la majestuosa iglesia María Loreto de Achao.  Los turistas y los achainos esperan con ansias la llegada de las artesanas que en cada viaje traen nuevos artículos. Cuentan con turnos diarios para atender a público, incluso viajan a pedido si es que hay algún interesado en adquirir sus productos. Se han organizado para compatibilizar su oficio y vida familiar, ya que según cuenta Carmen Díaz “este oficio para nosotras también es el sustento diario, nosotras acompañamos a nuestros maridos con los gastos del hogar y, además, mantenemos viva la tradición artesanal de la isla”.

A pesar de lo mucho que gusta la artesanía a extranjeros y población en general, Carmen Díaz considera, al igual que muchos artesanos, que su oficio es mal valorado. “Nosotras amamos la cestería y lo hacemos con mucho agrado, pero es triste que no se valore todo el trabajo que existe detrás de una panera o un canasto. Son días de trabajo para confeccionar un artículo. Además, nosotras sólo cobramos la mano de obra. Yo soy artesana desde los 15 años y decidí continuar con esta tradición y espero hacerlo por siempre”.