Recuerdo haber ido a los archivos de la Biblioteca Nacional en mis años de estudiante de periodismo a buscar información para algunos ramos. Entrar al enorme edificio de estilo neoclásico era, sin duda, una experiencia fascinante. Aparte de que me sentía como si estuviera en París (salvo el ruido de las micros que pasaban por la Alameda que le quitaba glamour al asunto). Se trataba de un recinto cuasi sagrado para acceder a información sobre antiguos diarios que de otra manera no había cómo obtener en la era análoga (esa de los recortes de diario y las fotocopias).

Años después volví y para mi sorpresa la actual situación era mucho mejor. Muy luminosa (antes me parecía un poco lúgubre), llena de personas consultando Internet en una sala multimedia, otros usuarios leyendo y transitando por sus pasillos, me pareció más viva que nunca. La remodelación de su edificio es, en parte, consecuencia de sus 200 años de existencia. Un gran cumpleaños para una entidad de tan larga trayectoria.

Fue en agosto de 1813 cuando los miembros de la Junta de Gobierno publicaron en El Monitor Araucano la proclama de fundación de la Biblioteca Nacional. Años después fue Bernardo O’Higgins quien nombró director a Manuel de Salas, apoyado por fray Camilo Henríquez, para comprometer todo su esfuerzo para incrementar las colecciones de la naciente entidad.

Varios fueron los lugares por los que pasó la Biblioteca Nacional hasta asentarse en la construcción actual. Esto fue en 1925, fecha en la cual  se crea el Archivo Nacional como institución independiente. En 1929 se constituye la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (Dibam), bajo cuya autoridad quedaron la Biblioteca Nacional, los museos y centros bibliográficos del país.

Pero la construcción del edificio siguió en 1939 cuando culminó la edificación del ala oriente (calle Miraflores), donde se instaló -en aquel tiempo- el Museo Histórico Nacional y que hoy ocupa el Archivo Nacional. En 1963 se terminó el ala del sector norte (calle Moneda), donde se ubican la Sala América y el salón de lectura Gabriela Mistral.

Recomiendo una visita a la Biblioteca Nacional no solo para contemplar sus salas y usar sus instalaciones, sino que también para respirar y nutrirse un poco de nuestra historia.