Hace poco recorrí la Región de Atacama, y durante el viaje por la carretera entre Caldera y Chañaral me llamaron la atención las decenas de animitas que se encontraban a lo largo del trayecto. Especialmente aquellas que había camino al Parque Nacional Pan de Azúcar, desde Chañaral. Vi al menos unas cinco grandes, que más bien parecían santuarios. Una de ellas estaba dedicada a San Expedito y otra a Nuestra Señora del Rosario de Andacollo. Bajé del auto para ver lo que había y me encontré con decenas de dedicatorias, peticiones y ruegos, así como muchas pertenencias de los fieles que habían pasado por aquel lugar. Zapatos, osos de peluche, rosarios, cruces, flores de plástico, maceteros con plantas, imágenes sacras, muñecas, candelabros, alfombras y sofás, entre muchos otros objetos.

Cada vez que veo una animita no puedo dejar de mirar lo que hay dentro. Pienso en las personas que pasaron por ahí, en sus peticiones, en sus esperanzas y lo que significan estos santuarios populares que son parte importante de nuestro patrimonio. Según lo que leí en el libro “L’Animita”, del folclorista y estudioso chileno Oreste Plath, esta “es un cenotafio popular -los restos descansan en el cementerio-, por lo que allí se honra el alma, la ánima”. Nace una animita por misericordia del pueblo, en el sitio en el que aconteció una “mala muerte”. En ese sentido, no es extraño que haya visto tantas en la ruta costera, que une las ciudades nombradas anteriormente, ya que seguramente muchas de ellas se erigieron luego de una tragedia. Más allá de las animitas, en Caldera conocí un enorme santuario: el del Padre Negro. Se trata de una gruta que honra la vida y obra del sacerdote franciscano Crisógono Sierra, oriundo de Colombia. Una persona que trabajó por los más pobres de Copiapó y Caldera, y cuya figura sigue siendo muy significativa para los fieles de la zona. El santuario se encuentra cerca del centro de Caldera camino a Bahía Inglesa y es posible visitarlo ya que está siempre abierto.