Por Daniel Swinburn
Gracias a la iniciativa de la Corporación del Patrimonio Religioso y Cultural de Chile, que dirige Marta Cruz-Coke, aparece un libro relevante sobre el arte sacro escultórico de Chile. Un estudio de varios autores expertos que tiene una novedad importante para los siglos XIX y XX. Nunca se había hecho un catastro de esta naturaleza para la escultura sacra chilena. El libro que se lanza próximamente, realizado por Claudio Díaz Vial, Licenciado en Historia y Magíster en Historia del Arte, de la Universidad Adolfo Ibáñez, en calidad de autor y director del proyecto, junto con Loreto Solís como fotógrafa y editora general, es una novedad que abrirá nuevas lecturas a partir de una gran cantidad de información de arte sacro recogida por primera vez de manera sistemática.
Díaz sostiene que los estudios de arte sacro que habían precedido al suyo y que pavimentaron el camino -Eugenio Pereira Salas, el padre Gabriel Guarda, Alfredo Benavente o Isabel Cruz- llegan todos al período colonial. "Isabel Cruz me recalcó la deuda pendiente que había con este tipo de patrimonio. Los grandes maestros han estudiado todos los períodos, pero cuando se habla del siglo XIX no ve en detalle el arte sacro, formándose entonces un tremendo vacío historiográfico que incluso se extendió hacia el siglo XX. Por eso, el padre Guarda quiso hacer el prólogo de este libro, porque había un tremendo desconocimiento de la escultura religiosa de ese siglo. En efecto, "Escultura Sacra Patrimonial de Santiago de Chile, siglos XVI al XX", entrega una visión novedosa para el XIX, especialmente. Díaz afirma que, "como en ese siglo hay abundante material de escultura religiosa en yeso, los historiadores antiguos de arte han visto esto de forma peyorativa y lo descartaron. Pero el mismo padre Guarda dice: 'El siglo XX es con el siglo XIX -en materia de arte- lo que el siglo XIX fue con el barroco". Es decir, negó su pasado inmediato para reafirmar lo contemporáneo.
Los capítulos de este libro relativos al siglo XIX son realizados por Claudio Díaz y Mario Rojas Torrejón. Un trabajo que no fue fácil. "Cuando hicimos el catastro y nos pusimos a investigar nos dimos cuenta de que había muy poca información, sin mencionar los terremotos que están al acecho constante del patrimonio nacional. Según el testimonio de sacerdotes y fieles, después del Concilio II, desaparecieron muchas imágenes porque hubo una interpretación errónea de dicho Concilio en lo que decía sobre la renovación en el arte religioso. Imágenes, altares, ornamentos, archivos, libros de las archicofradías, fueron destruidos, generando un enorme vacío para la historia del arte. Pero revisando en otras fuentes, revistas especialmente, encontramos que en el siglo XIX hay mucho patrimonio de artistas, incluso chilenos, no tantos, pero los hay. Jamás se imaginaría la gente que en las iglesias de Santiago hay esculturas sacras de Virginio Arias, Nicanor Plaza y José Miguel Blanco, por ejemplo".
En los tres capítulos del libro relativos al XIX, Díaz pudo mostrar el modernismo catalán, del círculo de Antonio Gaudí; la escuela de Saint-Sulpice, de París, y parte de la imaginería en yeso de esa escuela que derivó en otra de santeros de Chile del siglo XX. También estudió -junto al artista y poeta Felipe Poblete- la fundición Val' d'Osne, famosa por sus piletas, esculturas públicas, pero que también dejó obras en el ámbito sacro. Trabajó esos temas con sus ayudantes Catalina Aravena y Juan Eduardo Cabezas. También, la casa Mayer & Co, de Munich y los mármoles traídos a instancia de Pío IX.
Este proyecto nació de una investigación universitaria que fue derivando a este trabajo, durante cuatro años de gestión, que significaron presentarlo a diversas instituciones, hasta que finalmente a la incansable gestora, Marta Cruz-Coke, presidenta de la Corporación del Patrimonio Religioso y Cultural de Chile, le interesó y lo acogió. El proyecto -acogido a la Ley de Donaciones Culturales- pretendía abarcar toda la historia de este tema y, especialmente, los siglos menos estudiados. Pero para poder llegar a eso había que abarcar los siglos anteriores y hacer una segunda lectura. Para ello se pidió la colaboración de expertos en el tema, maestros, como Isabel Cruz, Fernando Guzmán, Juan Manuel Martínez, entre otros. "Los mejores maestros acudieron a este llamado y gracias a ello nos sentimos con un respaldo académico sólido". Participaron también jóvenes promesas, como Fernando Imas, Mario Rojas, Catalina Aravena y Felipe Poblete.
El libro, de gran factura y riquísima iconografía, catastra, pone en valor, difunde y contextualiza las obras escultóricas religiosas en un determinado lugar. "Partimos desde la Colonia, desde la Virgen del Socorro, la primera imagen que se nombra, y finalizamos con Roberto Matta (un Cristo de hierro fundido en la Parroquia del Sagrario) y Lily Garafulic. Un barrido del arte escultórico sacro, pero solo acotado al área de la zona central, Santiago más bien, desde la zona norte, Lampa, hasta la laguna de Aculeo. La idea es continuar la investigación en regiones".
Valoración artística del siglo XIX
¿Es todo de valor artístico lo catastrado en este libro? Hay un texto en este, del escultor Mario Irarrázaval, que dice que no todo tiene valor artístico en la escultura religiosa en Chile. Es la mirada moderna de un artista vanguardista. "Pero son opiniones personales", piensa Díaz. "Porque, por ejemplo, la Virgen del Cerro San Cristóbal tiene un valor patrimonial, eso es evidente. Es una copia, sí. Pero si hablamos de obra de arte de la Inmaculada, ¿tendríamos que ir a la Piazza de Spagna, en Italia, y ver la columna original de la Inmaculada, que hizo Giuseppe Obici? Pero la de acá es parte de nuestra tradición, de nuestra identidad. En todo caso, la idea del libro es reunir varias opiniones".
Si bien lo que dice el padre Guarda y otros académicos es que la escultura del siglo XIX, por ser de yeso, en general, no tiene el valor de una talla en madera sevillana o de la escuela Quiteña, ambas de la época colonial, hay que ver con interés también el legado de los grandes maestros yeseros. Como el caso de Saint-Sulpice, por ejemplo, que se trataba de numerosos talleres de arte que estaban alrededor de la plaza e iglesia del mismo nombre y a pasos de la Academia de Bellas Artes, de París. "Grandes maestros de dicha academia, dice Díaz, se iban a trabajar como maestros yeseros a Saint-Sulpice. En los catálogos de estas empresas de arte litúrgico se advierte que sus cultores tienen medallas de oro en el Salón Universal, medalla honrosa, en la Exposición de París, o en la de Roma. La manufactura que hay en esas esculturas es de bastante buena calidad. En una empresa de imaginería religiosa trabajaban fácilmente 80 personas. Era toda una industria de arte religioso de muy buena factura. Cuando los talleres parisinos empiezan a decaer con la laicización de Francia, con las leyes de 1907, los santeros chilenos empiezan a cobrar fuerza. Pero estos no dejaron continuidad en su oficio", concluye Díaz.
El mármol de Pío IX
Uno de los colaboradores del libro, Fernando Guzmán, historiador del arte, junto a otros investigadores, concluyeron que el altar de la Recoleta Dominica significó el cambio de los altares en Chile: ahí se pasó del barroco al neoclásico. Es el mismo período en que Ciccarelli está fundando la Academia de Arte y también el nuevo gobierno republicano busca dejar atrás el pasado colonial.
Hay casos muy interesantes como el de los hermanos Chelli, nacidos en Carrara: el arquitecto Eusebio y el escultor Carlo, que trabajaron en la iglesia de Recoleta Dominica. El primero trajo a Chile el mencionado altar y diseñó la famosa iglesia. A su vez, las obras de mármol llegaban a instancias de Pío IX, muy preocupado de difundir el arte religioso desde Italia. El caso de las obras de Carlo Chelli es paradigmático y muchas de sus obras, de gran calidad, figuran en iglesias donde trabajó su hermano.
Está el caso también de particulares que difunden este arte. Ernesto Gazzeri, que había esculpido la tumba de una hija de Ramón Subercaseaux y Amalia Errázuriz, en París, aparece tiempo después haciendo La Piedad, de mármol, que está hoy en la Catedral de Santiago. "En todo caso, la mayor red para adquirir obras de arte de Europa fue eclesiástica. El obispo Rafael Valdivieso y Monseñor Casanova tenían interés por el arte elevado y eran muy cercanos a Pío IX. Toda la tradición escultórica que llegó a instancias de Pío IX y de Chelli es de mármol de Carrara. Hubo también artistas chilenos que trabajaron el mármol, como Virginio Arias y Rebeca Matte, un poco después. Estos mármoles italianos eran muy caros; entonces, una forma de adquirir estatuaria religiosa de gran belleza, calidad técnica y visual, fueron los talleres de Saint-Sulpice, que trabajaban en madera y en yeso, para satisfacer la gran demanda que se generó", afirma Díaz.
El libro da cuenta de otras escuelas de gran impronta en Chile, como la Catalana, que ya tiene influencia en su estatuaria religiosa del estilo art nouveau y que trabajan en el círculo de Antonio Gaudí. Hay varias piezas en Santiago que son muy buenos ejemplos de ello. También está la tradición de las fundiciones en fierro, la más famosa fue Val d'Osne. Una escuela que nace con la revolución industrial, hacia 1830. También figura la Casa Mayer -Franz Mayer & Co. Munich-, especializada en tallado en madera y que cerró su división de estatuaria en 1925. Hay testimonios muy conocidos de esta escuela, como el del arcángel Miguel, de la Catedral de Santiago.
¿Y Chile?
-¿Cuándo aparece la escultura con identidad más chilena?
"Ya con el siglo XX, la escultura chilena se hace un lugar, cuando las vanguardias tratan de romper con el academicismo. Si bien hay santeros que siguen la tradición académica, los grandes artistas aparecen ahí: Domingo García-Huidobro, hermano de Vicente, fray Pedro Subercaseaux, Alberto Ried, del grupo de los 10, son rompedores del modelo. También está Giulio Di Girolamo, Óscar Miranda, Sergio Castillo, Mario Irarrázaval, Marta Colvin, Francisco Gacitúa y Lily Garafulic. En Chile son las vanguardias las que rompen un poco con la tradición y realizan una obra más personalista. Pero no hay que olvidar para el siglo XX a los maestros santeros, que se conocen menos porque no firmaban sus obras. Hemos dado con algunos de ellos: Francisco Ilufi, en 1907. También tenemos pistas del maestro Juan de Dios Celis, en los años 20 y 40; Octavio Jofré y, finalmente, René Rocuant, muerto en 2009, último descendiente de Heriberto, cuya fundición fundada en 1905 funcionó hasta 2008 en calle Carmen 329. Carmen fue una calle de mucho arte religioso.
-Hay capítulos individuales para Lily Garafulic y Peter Horn.
"Sí, porque ella es una escultora de excelencia, y que haya incursionado en el arte sacro nos pareció muy novedoso. Sus trabajos en Lourdes, de Quinta Normal, la catapultaron al estrellato. Se trata además de una obra monumental en todo sentido, y que en el radio de la Basílica se puede admirar constantemente. Por su parte, Horn tiene un vasto legado en Santiago en el arte sacro, y merecía un capítulo aparte".
Fuente: Artes y Letras. EL MERCURIO