El mercado de esa ciudad es uno de los más alegres que he visto en mi vida. Generalmente, cuando viajo a alguna localidad me gusta recorrer sus ferias y ver los productos de la zona. Así, pienso, se conoce un poco mejor cada lugar que se visita.
En este caso quedé sorprendida, no solo por lo colorido y lo alegre del mercado, sino también por lo limpio, fresco (me encantó el empajado de los techos con una exquisita sombra) y diverso. Gran variedad de frutas, de verduras, pero también de diferentes nacionalidades. Mixtura cultural y de costumbres entre lo originario y lo mestizo. Una mezcla que refleja la riqueza de nuestra identidad. Y en ese sentido Arica es muy especial.
Comunidades aimaras, quechuas, afrodescendientes y criollas se ven en este mercado en torno a un gran surtido de productos de la tierra: mangos, guayabas, cítricos, peritas de pascua y el famoso vino Pintatani del valle de Codpa (que se extrae de una cepa que llegó con los primeros españoles que se asentaron en ese zona hace más de 400 años) y paltas y aceitunas del fértil valle de Azapa, son apenas una muestra de la gran variedad de frutas y verduras que pude ver, observar y probar.
Pero no solo eso. También encontré todo tipo de hierbas tales como el orégano -que se cultiva en los pueblos del Altiplano chileno como Putre, por ejemplo-, curiosos confites multicolores en base a arroz (tipo Natur) y mucha quínoa. También vi ungüentos y preparaciones para un sinfín de dolencias y síntomas que aseguran una mejoría instantánea. Una especie de farmacia de corte homeopático al alcance de todos y sin necesidad de receta.
Me gustó este mercado y feliz volvería a recorrerlo en caso de volver a Arica, una ciudad que en medio de la aridez del entorno muestra en el agro su lado más fértil, verde y colorido.