Estudios realizados por los mismos habitantes del barrio Yungay dicen que, en promedio, se quema una casa por semana. Sin embargo, esto aparece en las noticias -o bien nos enteramos todos- solo si se trata de una construcción declarada monumento o con características patrimoniales a nivel colectivo. Así lo confirma el arquitecto Ignacio Ossa, académico de la Universidad Diego Portales y experto en patrimonio: “(...) Casas que tienen interés, y características históricas relevantes, porque conforman barrios o porque en sí mismas tienen una arquitectura relevante o evocan una historia importante para la ciudadanía están teniendo trágicas consecuencias semana a semana”.
Una realidad que se confirma con la reciente polémica del Edificio de la Protección Mutua (conocido también como La Casa Roja), que está a punto de ser demolido para construir una torre de más de 20 pisos. Perdemos parte importante de nuestra ciudad sin darnos cuenta. Y esto se extiende a lo largo de todo el país, como en Valparaíso, que siendo Patrimonio de la Humanidad, ha sufrido daños irreparables, por ejemplo el Teatro Imperio -de estilo neoclásico-, que se incendió el año pasado por una falla eléctrica.
El cuento es largo y ejemplos hay para regodearse. En la misma cuadra de La Casa Roja (en la esquina de la calle Rosas con Morandé) está la casa que fuera de Manuel Cifuentes, uno de los primeros arquitectos titulados de la Pontíficia Universidad Católica de Santiago; en la esquina opuesta está el edificio conocido como Machasa, también de Cifuentes, y donde el arquitecto francés Victor Auclair hizo el sistema de hormigón armado; lo que conocemos hoy como una tienda de ropa americana, es una antigua construcción con un ascensor adentro, uno de los primeros de Santiago, y hace poco se demolió un hotel que pertenecía a la corriente francesa que llegó a chile a principios del 1900. Sin embargo, mucho de esto pasa desapercibido, y lo que ya no está, quedó olvidado en la memoria de todos los chilenos.
¿Por qué pasa esto? Primero está el tema de la normativa vigente: “El patrimonio tiene una situación que es muy compleja, porque si bien algunas edificaciones están amparas por las leyes, son superrestrictivas, no permiten intervenir, reacomodar, refaccionar o reutilizar, entonces una ley que en un principio tenía que resguardar es muy limitante para los propietarios, y terminan siendo estas unas ruinas, porque definitivamente no hay nada que hacer”, dice Ignacio Ossa.
El segundo argumento, según el arquitecto César Otárola, vicepresidente del comité de patrimonio del Colegio de Arquitectos y experto en patrimonio y reconstrucción, viene del lado de los ciudadanos que, a pesar de que se están tomando conciencia y aumentando el número de agrupaciones o movimientos en pro del patrimonio, “muchos siguen pensando que ‘son casas viejas’. Y lamentablemente mientras no lleguemos a la conciencia total de qué es la ciudad en que vivimos, la que hacemos nosotros, y no la que nos ponen encima, las cosas no van a cambiar”.
Otárola coincide en que el desarrollo inmobiliario tampoco aporta, ya que su fin natural es maximizar recursos, sin considerar el contexto en que se encuentran los terrenos en cuestión, ni las edificaciones existentes; donde muchas veces se encuentra parte relevante de nuestra historia: casas, edificios, barrios o plazas que hablan de un estilo de vida, de una época. Un ejemplo concreto son los pocos palacios que se construyeron en Santiago, un retrato del bienestar económico que se vivió gracias al salitre en los años 20, registros vivos además del aporte de los arquitectos franceses que llegaron al país en la misma época.
Patrimonio y memoria
“El patrimonio en su esencia va generando una herencia, dice ‘no hay que olvidar’, pero pareciera que estamos haciendo todo lo posible para olvidar, especialmente en nuestra ciudad”, son las palabras de Otárola. Una actitud ligada a nuestra idiosincrasia, en la que no se valora lo propio y poco conocemos de nuestro país.
Los ciudadanos somos una pieza capital en estos relatos intangibles que responden a la vida e historia de estas construcciones en peligro. Que además tienen que adaptarse a los tiempos modernos, siendo restauradas para distintas funciones dependiendo de sus características. No se trata de hacer de estos inmuebles museos vivos, sino de darles una nueva vida útil. De esta forma pasan a ser parte de nuestra cotidianidad, inherentes a nuestra vida y presente en nuestra memoria; si no se olvidan, se pierden de vista y se reemplazan.