Nacida y criada en Rari, a 22 kilómetros de Linares, localidad en que tejer con crin de caballo lleva más de 200 años de tradición y la técnica se ha transmitido de generación en generación. Hilda Díaz, artesana y Sello de Excelencia 2012, nos cuenta cómo ha sido su pasar por la artesanía y cómo su oficio ha sido la cura contra las penas del alma.
Hace 200 años en la localidad de Rari, existía un río en que los pueblerinos lavaban sus ropas y enseres. Todos los días, las madres acompañadas de sus hijas iban al río a lavar. En uno de esos tantos paseos, a las niñas se les ocurrió jugar con las raíces de los álamos y los sauces que se encontraban a las orillas del río, jugaban con ellas haciendo canastos y figuritas para pasar el tiempo. Lo que empezó como hobby terminó por ser un arte que les apasionó a las jóvenes de Rari. No fue hasta que las niñas regalaron sus artesanías a los hijos del dueño del Hotel de Panimávida, que ésta comenzó a hacerse conocida en la zona, siendo posteriormente parte de la tradición local. Pero aún faltaba mucho para que la técnica fuera lo que hoy conocemos. Recién hace 80 años se reemplazó la fibra vegetal por el Crin (pelo) de Caballo, lo cual fue más una casualidad que algo intencionado. En uno de los tantos viajes al río, una joven se quedó sin raíces para terminar su canasto, entonces se le ocurrió usar el pelo de los caballos que quedaban enganchados en las zarzamoras y terminar su canasto. De ahí que se introdujo el crin en este oficio, siendo un material que permitió hacer tejidos más finos y delicados. A los turistas de Rari comenzó a gustarles la artesanía y a comprarla, las pueblerinas vieron en el crin una oportunidad de negocio y de aportar al sustento familiar. Desde ahí que el oficio se ha enseñado de generación en generación.
Esa es la historia que a Hilda Díaz (53) le contaron a los 6 años cuando aprendió a tejer crin, oficio único en el mundo y 100% chileno. Aprendió la técnica de su madre, abuelas y tías. Nunca quiso dedicarse a trabajar el crin como muchas de las mujeres en Rari. Por ello, decidió emigrar, estudiar y hacer su vida en Santiago. Estudió secretariado y trabajó como ejecutiva en una sucursal bancaria. A los 40 años fue diagnosticada con una tendinitis túnel carpiano en ambas manos. Eso produjo su futura jubilación por incapacidad laboral. Un año después su pequeña lucía de 11 años, murió.
A pesar de su constante negación a seguir la tradición de Rari, Hilda nunca dejó de tejer, ayudaba a su madre con los pedidos, pero lo hacía de mala gana y por obligación. “Hubo un tiempo en que le tenía rabia al crin, no quería dedicarme a trabajarlo”. Ahora tras llevar 13 años dedicándose exclusivamente al oficio, reconoce que su negación era porque le tenía mucho amor al crin como para venderlo a precios tan bajos y que sea poco valorado.
¿Por qué decidiste dedicarte al crin?
- Bueno, yo tuve una pena muy grande, perdí a una hija de 11 años. Mi pequeña Lucía. Eso hizo que me sumiera en una depresión terrible, estuve alrededor de un año y medio mal. No recordé muchos momentos de mi vida en ese año, incluso nació mi nieto, y no tengo muchos recuerdos de eso. Hasta que un día mi mamá me dice “hija te inscribí en Artesanías de Chile”, lo primero que pensé fue en que lío me metí, ya que a la semana me llegaron pedidos y yo por no quedar mal con mi mamá, comencé a tejer y de ahí no paré nunca más. Realmente esa fue mi terapia, la artesanía me ayudó. Hice montones de piezas con mucha tristeza y dolor, siempre acordándome de lo que me sucedió. Pero con el tiempo me involucré tanto con los pedidos. A veces no dormía para cumplir con la fecha y hora en que prometí tenerlos. De ahí que trato que mis piezas sean de calidad, hechas con amor, uso buenos materiales, tintes y trato de hacerlo perfecto. Me sirvió para escapar de mi dolor.
¿Cómo te hiciste conocida?
Yo creo que por mi perfección, como te decía anteriormente, siempre le puse mucho amor y pasión a mi trabajo. Trato de ser meticulosa y perfeccionista en cada pieza que hago ¡Amo el crin con toda mi alma! Es una artesanía única a nivel mundial y siento muchísimo orgullo que sea nuestra. Por otro lado, comencé a hacer clases en Artesanías de Chile enseñando la técnica. Vi mucho interés en la gente en conocer el crin. Pensé en mi pueblo, que la juventud no quiere tejer y seguir con este oficio, porque es mal remunerado, se requiere de mucha paciencia. Por ejemplo, un círculo de 3 centímetros de diámetro demora más de una hora. Es un oficio lento, pero hermoso. Así que decidí que lo enseñaría, pero lo haría como yo lo aprendí. Un trabajo limpio, perfecto, sin crines salidos, con buenas terminaciones. De ahí que muchas personas han aprendido a valorar mi trabajo. Por desgracia son pocas las personas que tejen bien el Crin y mi idea es que no se pierda esta tradición centenaria.
¿Son recelosas, las mujeres de Rari, con su oficio?
¡Sí! Ellas son muy cariñosas con el turista, te pueden invitar a su casa a almorzar, tomar once, puedes compartir con ellas, pero de ahí a enseñarte el oficio, no. Aunque algunas han empezado a enseñar, más que nada por necesidad, ellas cuidan mucho su arte. Yo creo que es bueno abrirnos, porque si no difundimos nuestro oficio esta hermosa tradición se va a perder como muchas artesanías.
¿Cuál es tu apreciación sobre el rol del artesano y el valor de la artesanía en la sociedad?
Para mí el rol del artesano es informar, entregar cultura a los pueblos, a los extranjeros, a quienes nos visitan. Desgraciadamente, la artesanía es poco apreciada, creen que es algo barato, simple y chabacano. No se fijan en la importancia de elaborar una pieza hecha a mano y única. Cada artesanía lleva vida, amor, pensamientos, nuestros anhelos y oraciones de quien la fábrica. En mi caso, siempre le pido a Dios que bendiga mis manos, me dé fuerza y bendiga a cada persona que recibe mi trabajo.
¿Qué crees que falta?
Falta culturizar a las personas para que valoricen lo artesanal. No es lo mismo hacer una pieza a mano que en serie. Usualmente nos comparan con lo industrial y nos consideran caros. Actualmente, existe un constante miedo en Rari que se acabe el crin, las futuras generaciones no lo aprecian. En nuestro país hay muchas artesanías maravillosas que la gente no conoce, por ejemplo el boqui, cestería mapuche que está desapareciendo. Es triste.
¿Cómo definirías tu andar por la artesanía?
De altos y bajos. Esto porque cuando alguien te dice que lo que tu fabricaste con tanto esfuerzo y esmero es hermoso, produce una satisfacción enorme, te llena el alma. Incluso aunque no te compre la pieza. Esta persona valoró el trabajo que hay detrás. De bajos, cuando tu arte no es apreciado. Es un tema más de ego personal, uno desea que valoren su oficio. Por otro lado, ha sido mi terapia y ahora es parte de mi vida, no puedo estar un día sin tejer.
Todos los días, Hilda Díaz abre su taller con la esperanza de traer un poco de Rari a Santiago. Es categórica con sus alumnos en que si desean aprender, deben hacerlo perfecto, como lo hacían las artesanas de su pueblo. En sus talleres enseña desde la historia del crin y su pueblo hasta cómo seleccionar, lavar, peinar y teñir el pelo de caballo. Siempre teniendo en cuenta la importancia de la calidad en cada pieza. Asegura que sus talleres son para todas las edades, sólo se requiere de mucha paciencia y amor. “Yo aprendí a los 6 años a tejer, así que cualquier niño lo puede aprender fácilmente”.
Valor taller: $10.000 materiales incluidos.
"Crin Fusión" General Salvo # 347, Providencia.