Este verano me propuse conocer algunos sitios de la zona de Los Vilos que no había podido visitar antes. Uno de ellos fueron los petroglifos de Culimo, en el valle de Quilimarí. Se encuentran a unos cuatro kilómetros de la vía que va desde la ruta 5 norte hasta la localidad de Tilama. Hay una señalización justo después del embalse de Culimo, el que desgraciadamente está completamente vacío. Desde ahí se accede a un camino muy estrecho que lleva hasta los petroglifos y desde donde se pueden apreciar palmas chilenas, verdaderos fósiles vivientes del lugar.
Aunque al llegar aparece un cartel que indica el sitio arqueológico, hay que preguntar dónde se encuentran, porque no hay una señalética clara que muestre el lugar exacto. Caminando por un pequeño sendero se llega hasta la quebrada donde se los puede ver. Aunque me costó encontrarlos, buscaba por todos lados a mi alrededor hasta que por casualidad alcé la vista y los vi cerro arriba, mi sorpresa fue enorme y estaba feliz con el hallazgo. Solo pude ver dos de ellos, pero me impactó observar las figuras grabadas en la pared de una roca en un cerro muy escarpado. Al parecer, la quebrada de Culimo fue un sitio de ritual ceremonial. Según información entregada por la Municipalidad de Los Vilos, los petroglifos podrían provenir de la cultura diaguita. Los motivos de estos corresponden a dos máscaras, un antropomorfo y a diseños abstractos. Aunque la información al respecto es muy escasa, se piensa que este arte rupestre fue realizado por grupos humanos del periodo agroalfarero intermedio tardío y tardío, posiblemente de la cultura diaguita clásica (o fase II) o de la cultura diaguita-inca, entre los años 900 y 1500 d.C. y que se centró principalmente en los valles del Elqui y el Limarí, extendiéndose hacia otros valles como el del río Huasco y Choapa. Los petroglifos de esta quebrada corresponden a centros rituales relacionados con puntos de ofrenda en rutas de movilidad. Se trata de un sitio multifuncional, vale decir de carácter ritual y geo-referencial, es decir punto de orientación, ubicación y acceso hacia otros lugares de interés, generalmente, cursos de agua, aldeas, rutas al mar, entre otros aspectos. A su vez, el lugar donde se emplaza pudo corresponder a un punto de quiebre entre grupos o culturas -que generalmente se ubicaban en bordes de cerros o en puntos límites establecidos-, lo que podría agregar una función territorial al petroglifo como “símbolo” de identidad y pertenencia de un grupo en particular, según explica el arqueólogo Andrés Troncoso. La ejecución de estos motivos pudo estar asociada al consumo de alucinógenos, correspondiendo estos a personajes importantes en la sociedad diaguita, que mantienen un control político-social relevante para el desarrollo de estas culturas. Una de las máscaras posee un diseño de emplumado en su extremo superior, lo que sugiere la realización de rituales con ornamentación especial. Estos petroglifos pueden estar asociados a otros puntos de arte rupestre en el valle de Quilimarí como los de Pangalillo (motivos antropomorfos y abstractos de la cultura diaguita-inca) y Tilama. Su visibilidad es alta y se encuentra a cielo abierto, lo que hace presumir que el mensaje de los motivos abarcaba un espectro público y multiétnico. Además, su ubicación pudo significar un punto de acceso entre la costa y el valle interior de Quilimarí que permitió el abastecimiento de materias primas como el cuarzo, la caza de guanacos y la recolección de productos marinos durante los meses de primavera y verano. Vale la pena conocerlos.