Por Romina de la Sotta Donoso (vía El Mercurio)

Una historia de esfuerzo y conquistas en el Maule es reconstruida, con testimonios de sus protagonistas y coloridas ilustraciones de las piezas.

Solo el terremoto de 2010 las detuvo. Desde 1979 operaba en la Villa Cultural Huilquilemu un taller de bordados. La vida de esas 11 mujeres dio un giro al aprender ese oficio, y los testimonios de esa historia dieron cuerpo al libro "Bordadoras de Huilquilemu, oficio memorable" (120 páginas), de Ana María González Yévenes.

Con un Fondart Regional de $6.939.987, se imprimieron 1.200 ejemplares que se distribuyen gratuitamente desde el 16 de enero en las librerías Nueva Altamira (Drugstore, en Santiago) y Byblos (Talca).

"Con el terremoto, las bordadoras perdieron su espacio en la villa y, con la poca fuerza que te da hacer un trabajo sola, fueron dejando de bordar. Sin embargo, con esto del libro, seis de ellas lo han retomado", revela la autora. Ella entrevistó a 25 personas, incluyendo al ex encargado de la villa Gregorio Mena, y el actual encargado, Horacio Hernández, la asesoró. Además, revisó la colección de bordados y los archivos histórico y fotográfico de la villa.

De los testimonios confiesa, "lo que más me emociona son las bordadoras hablando de cuando don Gregorio las llevaba a conocer distintos lugares. Lo contaban con emoción y con brillo en los ojos. Antes de eso, solo conocían Talca y San Clemente".

"Nos llevó a tantas partes, que ni en sueños hubiésemos podido conocer. Él organizaba los viajes, se conseguía locomoción y hacía los contactos para que nos recibieran... Nosotras nos encargábamos de la comida", recuerda Fidelina Molina.

En esos periplos fueron a iglesias, museos y espacios artesanales del Maule, O'Higgins, Biobío y la Región Metropolitana.

Amor bordado

Violeta Parra empezó a bordar sobre arpillera en 1958 y expuso en el Museo de Artes Decorativas del Louvre en 1966. Mientras, las Bordadoras de Isla Negra habían exhibido 80 piezas en el Museo de Bellas Artes en 1964, y en los años 70 surgieron talleres en Macul, Ninhue y Copiulemu.

Mónica Aguirre y Lucía Cristi, discípulas de Carmen Benavente, habían organizado los talleres en CEMA durante el gobierno de Frei Montalva. Después del 73, articulan su quehacer con la Iglesia y aceptan la invitación de Hernán Correa, fundador de Huilquilemu, para enseñar allá.

"Les daban las herramientas para tener un poco más de sustento económico en un tiempo que fue muy difícil, y además, sacaban a las mujeres de la casa para reunirse y hacer algo juntas", explica González. Ella entrevistó a sus hijas, pues ambas profesoras ya murieron.

El libro posee numerosas imágenes de las bordadoras y sus viajes, retratos actuales y de sus trabajos. "El museo de la villa cultural posee una colección de 10 obras que son preciosas", aclara González.

Se destacan los murales colectivos "La Evangelización" y "Vida de campo". Pero también han tenido encargos particulares. Por ejemplo, Gustavo Vilches y María Victoria Muñoz, de Talca, les piden un calendario al año.

Igualmente hay historias de amor, como cuenta María Espinoza: "Una pareja de jóvenes llegó a la villa y me pidió que le bordara la historia de su vida: cuando se conocieron, se enamoraron, se casaron y se fueron a Holanda".

Años después, volvieron y le pidieron ciertas actualizaciones: "Había que agregar el retorno y el nacimiento de los hijos (...). Me acostaba y levantaba con el bordado en las manos".

Fuente: El Mercurio (Cultura)