“Somos la quinta generación de circo y ya están en la pista la sexta y la séptima. Somos descendientes de un personaje muy famoso que fue el primer Maluenda, el ‘pata de palo’. Lo llamaban así porque en esa época la prótesis más común era esa. Después de él vino el primer domador chileno de tigres de bengala, el capitán Maluenda. Luego, el Tony Tachuela, nuestro padre. Como falleció muy joven, a los 38 años, sus hijos nos quedamos solos. A los 17 años me tuve que hacer cargo de la familia y seguir haciendo circo porque era nuestra vida. En 1977 ganamos un festival y ese mismo año nos llevaron al Teatro Caupolicán como grandes estrellas. Don Francisco nos invitó a Sábados Gigantes esporádicamente y, después, en 1978, nos contrató Canal 13 para dos programas. Para Sábados Gigantes con Mandolino y para otro que animaba Armando Navarrete como el capitán Sacacorchos. En 1981 en la Plaza Italia, donde hoy está el edificio de la Telefónica, nace el circo Los Tachuelas. Nos costó mucho porque inauguramos en un año de crisis mundial. Lo pasamos muy mal y cuando estábamos peor, Don Francisco nos mandó a la Teletón de Colombia, donde nos ofrecían un programa propio en un canal de televisión. Por una parte teníamos esa gran oportunidad y, por otra, el gran sueño que estaba quebrándose por los malos negocios. Pero no aflojamos. El cirquero aperra y hace las cosas por vocación.

Por suerte llegó el gran momento de la consolidación. Empezó a crecer la familia, los hijos de mi hermano Agustín y los míos se transformaron en grandes artistas. En 2004 viajamos a Roma y fuimos los únicos payasos latinos que se presentaron ante el Papa Juan Pablo II. Después se inaugura una avenida en Punitaqui con el nombre Los Tachuelas. Hace ocho años creamos una ONG para niños en riesgo social al alero de un programa municipal en La Pintana, la comuna donde tenemos nuestras parcelas; ha sido un éxito.

Jamás pensamos que íbamos a llegar donde estamos hoy. Cuando inauguramos en 1981, nuestro propósito era tener un medio de subsistencia porque en nuestros inicios, cuando éramos niños, el circo era muy pobre. Siempre con la familia a cuesta con todo y sin un lugar fijo y seguro donde caerse muerto. La niñez fue muy triste, ni siquiera soñábamos con casas rodantes. Solo pedíamos que las carpas no se llovieran. A los ocho años me cuestioné seguir en el circo. Pero maduré y me di cuenta de que el problema era la pobreza espiritual de quienes hacían circo, de nuestros padres y abuelos. Cuando era domingo, el día de pago, en vez de guardar la plata para la comida de la semana, se iban a los cabarets, y como eran bonitos, tocaban hermosamente la trompeta y saltaban, esos lugares cerraban las puertas para ellos. Ellos se volvían locos sin saber que en el circo estaban las esposas y los hijos esperando. Y regresaban con los bolsillos planchados esperando hacer algo para poder vivir. Ese era el continuo vivir del circense. Era otra mentalidad, siendo que el circo siempre estaba lleno, era el líder y no tenía la competencia de Internet ni de la televisión. Los porrazos nos enseñan a vivir de otra forma. En 1987 nos instalamos en la Alameda con General Velásquez con una carpa hecha por nosotros mismos, y esta es la última temporada en este lugar. Pensamos que surgirá otra oportunidad. Así ha sido nuestra historia, siempre hemos encontrado dónde instalarnos con nuestra carpa y nuestro espectáculo”.