Por Francisca Jiménez 

Conocí la notable obra de Brügmann (entidad dedicada a la restauración y conservación) a través de sus dibujos de fachadas de edificios de valor patrimonial. Me llamaron inmediatamente la atención, sobre todo al darme cuenta de que hay personas jóvenes que ‘rallan’ con este tipo de rescate histórico a través de la ilustración muy fina y detallada, por lo demás. Pero además de estos bosquejos, la dupla conformada por Mario Rojas Torrejón y Fernando Imas Brügmann lleva a cabo muchas otras iniciativas para poner en valor nuestro patrimonio cultural. Con más de diez libros a su haber, ambos han realizado diversos trabajos de investigación y de restauración y, también, recorridos por la ciudad que ofrecen al público. ¿Su último hit? El libro “Santiago Caníbal: la ciudad que perdimos”.

Ciertamente, la explicación del título está completamente de más, aunque es preciso profundizar en el porqué de este. Sus páginas no solo se refieren a las pérdidas de edificios de alto valor patrimonial tales como el Palacio Concha Cazzotte, las características casas quinta de la comuna de Ñuñoa, el ferrocarril de la Maestranza de San Bernardo, entre otros, sino que también indaga en la rápida desaparición de personajes típicos que pertenecen a la ciudad y una gran cantidad de oficios que prácticamente ya no existen.

Según sus propias palabras, “si uno de nuestros abuelos estuviera hoy caminando por la calle Apoquindo, por ejemplo, simplemente no la reconocería. Esto debido a que, en los últimos años, los edificios y casas que había ahí han sido rápidamente reemplazados por altas construcciones con fachada de vidrio, las que muy probablemente no duren más de un par de décadas hasta que otra edificación las desplace”.

Para ambos, el patrimonio debe ser entendido como un bien colectivo. “Me emocioné mucho al ver a un niño de unos 10 años acercarse a nosotros para que le firmáramos el libro el día del lanzamiento”, recuerda Fernando. “Eso demuestra que nuestro público está conformado desde los niños hasta las personas mayores y que el patrimonio es de interés para todas las edades”, concluye.

A través del libro se da a conocer la arquitectura santiaguina desde el siglo XVI hasta el XX, y se detalla qué espacios se perdieron por los terremotos y cuáles otros por las tendencias que imperaban en cada época.

El libro hace un recorrido por el Santiago colonial, la iglesia La Compañía, el puente Cal y Canto, algunas zonas de comunas como Providencia, Independencia y Recoleta, donde aún existen ejemplos de patrimonio material. También da cuenta de notables lugares que ya no están porque fueron demolidos.

Me pareció muy interesante el comentario que hicieron en torno a nuestro patrimonio natural, específicamente de los árboles. A raíz de la destrucción del Parque Vespucio por la construcción de la autopista y del paradero de aquellos árboles, los restauradores llaman la atención sobre la importancia de cuidar ese acervo natural y de tomar conciencia de su valor patrimonial. De pronto son muchos aspectos los que caben en esta clasificación y sobre los cuales vale la pena detenerse a pensar y conservar.