De 400 mujeres que se dedicaban a bordar en arpillera, actualmente sólo quedan 9 trabajando en el oficio. Cada día son menos y es más difícil sobrevivir en la tradición de la arpillería. María Cartes, artesana arpillerista y encargada de la agrupación  Arpilleras de Melipilla, nos cuenta cómo ha sido su experiencia en la artesanía, un arte que tal como ella define es la  “representación de las vivencias de nuestros antepasados”.

“Las arpilleristas nacimos bajo el difícil período político y económico posterior al año 1973, bajo el alero de la Iglesia Católica donde se agrupaban la mujeres para representar de manera artesanal las difíciles situaciones sociales de la época, imprimiendo de manera original el contexto histórico de un momento particular de la historia de Chile, utilizando para ello sólo lana, agujas y géneros. Combinando dichos elementos se convirtieron en un medio para decir al mundo en bordados lo que no se podía hablar de manera explícita. Con el tiempo, vino el cambio también para las bordadoras y comenzamos con nuevos desafíos de diseño, siempre reflejando nuestro entorno,  en especial la vivencia campesina a través de sus costumbres y quehaceres de norte a sur. Piezas únicas entregadas con mucha dedicación y cariño que busca en los temas cotidianos ese sentimiento que aflora con la sencillez y orgullo de la gente de nuestro pueblo”.

Es así como se definió, en el 2008, la agrupación de Arpilleristas de Melipilla, entidad que se creó el año 1990, pero su historia data desde fines de los años 70, cuando las mujeres se reunían para reflejar con cada retazo de tela y bordado en arpilleras las vivencias de sus abuelos y padres, representando en cada pieza un pedazo de nuestra identidad.

María Cartes (66) artesana melipillana con más de 30 años de oficio en el cuerpo, representa orgullosa a la agrupación de arpilleristas de la localidad. Reconoce que ha sido una labor dura, sobre todo porque desde que perdieron el apoyo de la Iglesia han tenido que autofinanciarse. “Hemos tenido que innovar para mantenernos, hemos integrado la técnica de la arpillería en artículos utilitarios, bolsos, estuches, tarjetas navideñas, set de cocina, etc.”. Cada una tiene su rol en la agrupación y hemos tenido que aprender a organizarnos para surgir. Una diseña, otra corta, la mayoría borda y otras están en control de calidad. Todo como un pequeño emprendimiento que s  ha logrado sacar adelante.

¿Qué significa este oficio para ti?

Nosotras representamos las vivencias de nuestros abuelos, padres y madres. La mayoría de nuestros antepasados fueron gente de campo, por ello nosotras tenemos una cercanía con la tierra.  Todos los trabajos que ves en esta mesa representan nuestros recuerdos, lo que yo vi en mi niñez, la experiencia de ver a mi abuela y a mi mamá arando la tierra, trabajando en los campos.  ¿Sabes qué es lo que yo más rescato de este oficio?  Es que cada vez que bordo rememoró esos recuerdos de infancia y quiero impregnar esa vivencia ahí. Bordar por bordar es simple, uno sabe que es parte de una técnica. Pero cuando uno le pone sentimiento, corazón y alma  es diferente. Además, ninguno de nuestros textiles se repite porque es único.

¿Cómo aprendiste el oficio?

Simplemente mirando, yo quería saber cómo era y cuando lo aprendí supe que era tal como me lo imaginaba. Desde ahí que siempre dije que haría esta labor como yo lo sentía, a partir del corazón.

¿Cómo nace este amor por el oficio?

Es una manera de dar curso a los sentimientos en referencia a las experiencias de mi familia. Ahí uno entiende el sacrificio como un homenaje para ellos y lo reflejamos en cada pieza para que la gente sepa que la vida no fue fácil, no como ahora que los jóvenes lo tienen todo. En ese entonces, yo sé que para mis padres todo se obtuvo con mucho sacrificio y cariño.

¿Cómo llegaste a ser arpillerista?

Yo  estuve fuera del país en el período del  78 al 82, viví en Ginebra, Suiza.  Entonces en esa época comenzó el apogeo de los refugiados políticos. El estar en otro país produce una tremenda soledad, ya que todo lo que te rodea es distinto. En ese tiempo, una amiga que trabajaba en la guardería infantil de las Naciones Unidas me motivó a integrarme en las agrupaciones chilenas de la ONU,  para evitar una futura depresión. En ese tiempo llegaban muchas comisiones chilenas al alto comisionado de la ONU,  yo participé en todas las charlas. En esas reuniones se hablaba mucho de las arpilleras de Talca y Lo Hermida. Al principio para mí fue como que me hablaran en chino. En esas instancias fue que conocí el trabajo de arpillera de Violeta Parra. Así fue como me picó el bichito por conocer más sobre las arpilleristas,  pero en Chile comencé a practicar el oficio. Cuando volví, llegué directamente a la Agrupación de Arpilleristas de Melipilla que estaba bajo el alero de la Iglesia Católica y a partir de ahí nunca más dejé de bordar.

¿Cómo fue tu experiencia al principio?

Bueno, me costó muchísimo porque la idea que las arpilleristas tenían en esa época era totalmente diferente a la mía.

¿En qué sentido?

En ese tiempo,  se hacían las arpilleras con temas políticos, yo rechazaba seguir con ese horizonte de protesta social, así que comencé a realizar otros motivos. Recuerdo muy bien que  un día, llegaron unos norteamericanos y se maravillaron con mi trabajo, se lo llevaron inmediatamente. Eso me demostró que estaba bien con mi idea de plasmar paisajes y experiencias de nuestra niñez. Así que de ahí me propuse que bordaría lo que me naciera.

¿Cómo ha sido tu experiencia en la artesanía?

Ha sido una experiencia increíble. Han quedado tantas cosas atrás, han quedado los hijos, la lucha por sacarlos adelante. Yo sólo tuve un hijo, pero me fue muy difícil. A través de este oficio también pude ayudarlo a crecer. Me propuse que él debía ser un profesional. Una vez que logré eso, pensé que dejaría de ser arpillera, pero no. Sigo con esto porque es lo que me gusta desde el corazón y una vez que uno se inicia en el oficio, ya no se deja.  Nunca se deja de bordar. A pesar de lo duro que ha sido mantenernos, ya que no tenemos un espacio físico donde juntarnos a trabajar, ahora estamos al alero de una oficina que nos entrega la Gobernación y todos los meses pagamos $75.000 para gastos comunes y costos fijos. Además, cada vez es más difícil porque somos pocas. En un principio eran más de 400 mujeres, ahora somos 9 y las que estamos en esto es porque lo  amamos. Aunque sean tres o cuatro artesanas, siempre estaremos juntas hasta el final.

¿Cuál crees que es valor que la gente le da a la artesanía?

Algo no valorado. La gente lo mira con desdén. No ven lo que hay detrás de cada trabajo, la dedicación y el esfuerzo. Nosotros no usamos máquinas industriales, todo es hecho a mano. Y esto se percibe no sólo desde las arpilleristas, sino que  también desde  otros oficios. Los únicos que valoran la artesanía y la respetan, por sobre todo, son los extranjeros. Yo diría contado con los dedos de una mano,  la gente de aquí que sabe lo que significa cada pieza y le da el valor que se merece. De hecho, tras estar 30 años aquí en Melipilla, la gente apenas nos conoce, recién hace pocos días, la Municipalidad de Melipilla nos hizo un reconocimiento por nuestra trayectoria. Mi sueño sería que la gente nos viera como personas que son parte de una entidad que rescata las raíces y la memoria de un pueblo, que trasmitimos a las nuevas generaciones para que no se olviden quienes eran sus antepasados.

¿Cuáles son tus proyectos a futuro?

Desde el momento en que estoy a cargo de las arpilleristas, los proyectos ya no son personales, sino que son para el grupo. Me encantaría que tuviéramos un reconocimiento de la Unesco por la trayectoria. Además, veo que las que permanecen todavía en este rubro lo hacen porque lo quieren, no por un afán de ganar, ya que en esto no se gana. Sino que es un constante sacrificio por agruparnos, buscar telas, bordar y rescatar nuestras raíces.