Por Yasna Cabrera

Hace ya algunos años, nos acostumbramos a ver en la televisión y los diarios, temas relacionados con el patrimonio cultural de pueblos y etnias, sin embargo, constantemente se utiliza este término solo en términos materiales, es decir, en relación por ejemplo a construcciones arquitectónicas de importancia histórica e identitaria, y/o a objetos que se conforman como estandarte de cierta comunidad. Sin embargo, dentro del campo patrimonial, también existe otro tipo de manifestación cultural, referida a aquellas fiestas, rituales, canciones, sonidos o prácticas que identifican a un grupo social, y forman parte esencial de su cultura: el Patrimonio cultural inmaterial.

A lo largo de nuestro continente existen diversas manifestaciones de patrimonio inmaterial y varias de ellas han recibido reconocimiento formal por parte de la UNESCO, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Entre ellas se encuentran el tango, de Argentina y Uruguay; el Carnaval de Oruro, de Bolivia; las expresiones orales y gráficas de los Wajapi, en Brasil; los Bailes Chinos, de Chile; entre muchas más. No obstante, al acercarse el fin de octubre recordamos con especial afecto una festividad en particular: el Día de Muertos en México.

El Día de Muertos es una festividad de la cual no se tiene seguridad de su data de inicio, en tanto remonta a antiguas costumbres indígenas que se hibridaron con el credo católico, al momento de la colonización y conquista de esta nación, por parte de la corona española. Se celebra a finales del mes de octubre y al inicio de noviembre, en innumerables pueblos de México.

Durante estos días, los difuntos retornan a nuestro mundo para compartir con sus familiares y amigos. En ciertas localidades, cada día está dedicado a un tipo diferente de muerto, dividiéndose según edad y sexo. Dado esto, en vísperas a su llegada se deben preparar altares, con coloridos ornamentos y las comidas que fueron sus favoritas en vida. De igual forma, se adornan cementerios y tumbas, decorando el camino que va desde la casa al sepulcro, de modo de facilitar el tránsito de las almas. Todo este agasajo debe estar perfecto, puesto que las ánimas que regresan pueden traer abundante bienestar, pero si no se las trata con afecto, son capaces de entregar sufrimiento y penurias.

Las fiestas indígenas dedicadas a los muertos en México fueron proclamadas como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2003, y cinco años después, en 2008 se inscribieron en la lista oficial de la misma institución.

El Día de Muertos es una celebración que, contrariamente a lo que podríamos pensar a priori, está llena de vida y energía. Da cuenta de las concepciones primigenias de pueblos originarios de México en relación a la muerte, en tanto que, este hecho no conlleva necesariamente pena y dolor, sino que por el contrario, se conforma como una nueva etapa en nuestra trayectoria, teniendo la posibilidad una vez al año de volver a la Tierra y compartir con nuestros seres queridos.