Nos encontramos para conversar en una plaza de Temuco. Su historia me pareció fascinante. De ascendencia mapuche, Anita se dedica a los textiles, pero no solamente a su confección sino que también a investigar sobre ellos. Oriunda de Nueva Imperial, IX Región, empezó a trabajar el witral (telar) a los ocho años, y desde muy joven se inició en la identificación de la iconografía presente en los diferentes tejidos.

El destino le tenía preparado un gran futuro en el estudio de los textiles. Sobresalió rápidamente entre el grupo de mujeres tejedoras de la Fundación Chol Chol. A los 22 años partió rumbo a Washington DC, al Museo del Indio Americano, lugar donde conoció, por casualidad, una completa colección de textiles mapuche que albergaba ese lugar.

Algunos años después, y gracias a una beca, regresó en 2014 al edificio del Smithsonian Foundation con la idea de volver a estudiar los diseños contemplados en esos trabajos que vio, alguna vez, estupendamente conservados en los depósitos de aquel museo. “Revisé 150 piezas textiles entre trarihues, trariloncos, cintos y otros. Tomé las medidas de los objetos, saqué fotos y realicé un registro. Después he hecho trabajos comunitarios con artesanos hombres y mujeres y me he trasladado de comuna en comuna, visitando a cultores y museos regionales en búsqueda de las antiguas simbologías y técnicas”, cuenta Anita.

Según comenta, haber tenido acceso a esas iconografías fue crucial para investigar en las actuales comunidades mapuche sobre esos antiguos dibujos, muchos de los cuales ya no se hacían. Le impresionó saber que muchas tejedoras recordaban que sus abuelas solían realizar esos diseños. La idea de rescatar los antiguos dibujos la llevó a trabajar fuertemente en ello. Hizo un trabajo con personas mayores para investigar sobre la iconografía. El ser madre joven no le impidió realizar su trabajo. Todo lo contrario, su hijo la acompañó desde pequeño a varias ferias y encuentros donde ella exponía y vendía sus obras. Hace un par de meses visitó la Expo Milán, lugar en el que estuvo alrededor de diez días y donde mostró su quehacer a un público muy interesado. “Se me acercaban italianos y personas de otras nacionalidades para preguntarme cómo trabajaba el telar. Eso me dio la posibilidad de enseñar mi arte, no solo a adultos sino que también a niños.

El idioma no fue un impedimento porque siempre logré hacerme entender y comprender lo que los otros me querían decir”, comenta Anita. Además de Italia, ha viajado a Los Ángeles, California, donde vivió dos meses. Ahí trabajó en un proyecto para llevar los textiles mapuche a un sistema de códigos de barra. Anteriormente estuvo en Brasil en un Encuentro de Economía Solidaria. Y a México viajó para conocer a un grupo de mujeres amuzgas, quienes trabajan el algodón con el telar de cintura, “uno similar al que usan las tejedoras aimaras en el norte de Chile”, explica. También ha viajado dentro del país. En Alto Hospicio realizó una capacitación con mujeres mapuche que viven allá. Algo similar hizo en Coyhaique, donde trabajó con artesanas huilliche. Hoy Anita se prepara para seguir investigando sobre los textiles y enseñar así como lo ha estado haciendo desde hace más de 22 años.