“Puma Celeste Veloz” (’paine’ es celeste, ‘pan’ es puma y ‘nicul’ es veloz) sería la traducción del apellido de esta destacada artesana. Si bien había escuchado hace tiempo sobre ella, no fue hasta hace poco que la conocí en su taller. Me recibió en su luminoso departamento donde hablamos sobre su oficio, su trabajo y la importancia de la transmisión de las tradiciones. Son muy pocos los plateros mapuche que existen en Chile, y el hecho de que ella sea una mujer, lo hace aun más interesante. Aunque nació y se crió en la comuna de Cerrillos, en Santiago, su padre y madre provienen de localidades ubicadas en la IX Región: Cherquenco y Lautaro, respectivamente.

Sus obras son joyas de plata tradicionales tales como el trarilonco (cintillo), los chawai (aros), el trapelacucha (pectorales), entre otros, que son parte importante de la cultura mapuche. La simbología que usa va desde una flor de canelo –plasmada a través de ocho pétalos, hojas o simples rayas– hasta un par de chucaos –ave típica que vive en los bosques del sur de Chile–, cruces o pillanes.

“El ajuar es lo primero que se hace uno como mujer mapuche. Yo empecé haciéndome mi par de aros, mi punzón, mi trarilonco. Comencé con lo grande, lo tradicional, la simbología, porque vengo de familia de plateros y el desafío es ir perfeccionando la técnica. Yo no estoy sola. Diseño con mis hermanos y luego ejecuto, pero somos tres, y cada uno aporta. Nos gusta mucho la joyería y también la comida (los hermanos tienen un famoso restaurante en el centro de Santiago). Somos personas integrales. Mis papás fueron muy sabios en eso porque hasta para barrer hay que barrer bien, nos decían. Este tema de la tradición es bien fuerte porque desde niños mi mamá nos inculcó el sentirse mapuche y ser gente plena con lo que te toca en la vida”, explica Celeste.

¿Cómo heredaste la tradición? La familia es superpotente. Y la historia también. Hace poco descubrí que mi abuelita vino a Santiago cuando yo tenía cinco años al rito katan kawin o katan pilun, que es cuando viene la persona más adulta de la familia y te perfora la oreja con una akucha, que es un alfiler grande. Ese es hoy el nombre de mi marca también. Ella venía en tren desde el sur con toda la tradición a cuestas: las tortillas, los huevitos de campo, un cordero. Ese era el día de San Juan, que hoy se conoce como wetripantu. Averiguando e investigando, me ha llegado información sobre la tradición mapuche. Amo lo que hago, ha sido duro pero soy una voz. La idea es proteger y cuidar lo que me ha sido transmitido y ser un referente y un ejemplo para las nuevas generaciones.

¿Cuál es la historia de la joya mapuche? Se usaban otros materiales como conchitas y piedras, aunque también había un trabajo incipiente en metal. El auge de la platería se produjo con el circulante, que es la moneda que llegó con los europeos.

¿Hay vestigios de las joyas precolombinas? Es que un trarilonco puede haber sido antes incluso una hebra de lana o flores. ¿Dónde está el secreto de la magia en la platería? Por un lado, el lugar que se elegía para las joyas como el trarilonco –que es para la cabeza–, era para estar más cerca de cielo. Se trata de símbolos que nos remiten a la cosmovisión mapuche. Por ejemplo, la cruz en la que suelen terminar los pectorales simboliza la cruz del sur, que es la que indicaba a nuestros abuelos cuándo había que sembrar o cuándo los animales iban a tener sus crías, y de eso hablo yo desde la platería.

¿Te sientes portadora de una tradición? Yo vendo más que una joya, vendo el nombre de mi familia, por eso que tiene que estar muy bien terminada, se nota lo hecho a mano y está bien que sea así porque la humaniza. El rito de mi abuela fue muy potente porque me dio su kimun, que es su legado. Los mapuche vivimos en mundos paralelos desde nuestra filosofía, pensamiento y cosmovisión. Acá las historias son fundamentales porque estamos íntimamente ligados a nuestros antepasados. Yo quiero, desde mi oficio, transmitir la sabiduría y los conocimientos.