El relato define identidad, crea realidad. Nos permite abrir nuevos mundos y que estos se concreten.  Es que en la palabra hay carácter, fuerza, un decir “yo soy” que nos hace contactarnos con el pasado y futuro, y vivirlo desde el presente.

Cuando yo me hago cargo de mi relato conscientemente, de mi historia,  habito el mundo de otra forma. Le doy un significado a lo que he hecho, vivido y experimentado y de alguna manera lo integro como parte de mí y también de un todo.

Es interesante tomar conciencia, que todos tenemos un relato. La forma en cómo contamos quienes somos, lo que hacemos, lo que nos gusta, lo que transmitimos o no a nuestros hijos, sin duda que marca.  Nos da identidad, sentido de pertenencia y hace que nos demos cuenta de nuestra originalidad, además de nuestras diferencias. Cada uno tiene su propia historia, igual de válida y respetable.

Registrar los relatos y difundirlos es uno de los objetivos de la Fundación Raíces Vivas ¿Pero qué tipo de relatos? A través de la búsqueda de cultores locales, representantes del patrimonio, buscamos testimonios que representen la identidad local, nuestras tradiciones, y una forma de “habitar este mundo” que nos es propia. Si bien en su mayoría son portadores de una tradición: son parteros, reponedores de huesos, hierbateras, músicos tradicionales, tejedoras, artesanos, entre otros. Hay una necesidad de conocer y palpar al ser humano que hay detrás: sus vivencias, sus desafíos, lo aprendido y lo que falta por conocer. Porque es curioso, pero lo que me cuenta el otro, también remueve parte de mí, de mi historia y mi ser en esta tierra. Porque finalmente todos somos parte de lo mismo.

 ¿Porqué hay personas que se conmueven al escuchar el relato de una cestera, o de una mujer que es curadora de semillas, o de una oración o canto mapuche? ¿No es acaso, porque se genera en nosotros una onda expansiva, que nos acerca a nuestras bases, cimientos y nuestra tierra?

En el último lanzamiento del Libro “Tejiendo Fibras en la Patagonia: relatos de cesteros del sur de Chile” que realizamos como Fundación, un miembro de una de las familias entrevistadas, leyó un fragmento de los testimonios recogidos. En Puyuhuapi, localidad de la región de Aysén, fue el hijo de la señora Tránsito Yana, más conocida como “Tato”, quien es reconocida por ser hija de uno de los primeros chilotes que llegaron a la zona, además de artesana en junquillo. Leer la historia de su madre, frente a toda a su comunidad, fue un acto muy potente, no sólo por valorar y apreciar el esfuerzo de ella, sino que también porque lo conectó con él mismo y su historia.  Esto es, porque a través de la palabra, hacemos que nuestra alma sea la que se exprese, se expanda y cree nuevos mundos y así fue lo que vivió este hijo en el lanzamiento.

Lo mismo pasó con doña Florinda García, tejedora de Puerto Ibáñez, también de Aysén. Ella nos contaba que desde niña empezó a trabajar. Le tocó hacer medias para sus 13 hermanos pequeños.  Le gustaba teñir, y las otras tejedoras aún se acuerdan como la artesana les explicaba que para teñir tenían que ver cómo estaba la luna. Si era menguante o creciente dependía cómo te saldría el teñido. Lamentablemente, ella falleció pero logró dejar testimonio en vida de sus experiencias, del amor a su familia y lo difícil que fueron sus inicios. Hoy, este relato lo conservan sus hijos y sus nietos, dejando profundas raíces en ellos sobre su amor a la textilería y a su Patagonia. El relato genera un cimiento, una transmisión y finalmente vida más allá de la muerte. De ahí su potencia.