Sorteó las dificultades que hicieron desaparecer a casi toda la industria nacional, y hoy Windsor Plaqué ya tiene casi 80 años. En reconocimiento al valor de sus creaciones, hace un tiempo la Dibam adquirió un conjunto de sus piezas para exhibirlo en el Museo de Artes Decorativas, como muestra del patrimonio industrial nacional. Hoy su propietario quiere transmitir sus conocimientos, abriendo su industria a manera de una escuela Revista VD - El Mercurio - ANDREA ZÚÑIGA S   A partir de los años 40 y hasta mediados de la década de los setentas, el plaqué fue el regalo de matrimonio por excelencia. Cuchillerías, juegos de té, tazas de consomé, bandejas y un sinfín de objetos decorativos agasajaban a los novios de entonces. Sin importaciones de bienes de consumo, el mercado nacional debía autoabastecerse, y la firma chilena Windsor Plaqué, con sus piezas artesanales, absorbió el nicho del lujo. -Arrancando de la guerra, mi padre, Mauricio Halpern, que era austríaco, llegó a Chile y empezó a trabajar como vendedor. Aquí conoció a un alemán de apellido Nussbaum que tenía un pequeño taller artesanal donde elaboraba piezas de plaqué. Mi padre las vendía a lo largo de todo Chile, y tuvo tanto éxito que en un par de años hizo el capital suficiente para comprarle la infraestructura del taller al alemán -recuerda Dorian Halpern, actual propietario de la empresa. Era 1938 y, con un puñado de artesanos, Halpern padre profundizó los conocimientos de las técnicas de orfebrería que había aprendido en Viena. "Fue una época en la que llegaron a Chile muchos inmigrantes europeos, y entre ellos maestros, de esos con mayúscula, en el rubro de diseño y matricería, que enseñaron a los chilenos", indica Dorian. Con los años, Halpern padre amplió el pequeño taller, y en el mismo lugar creó un gran galpón de muros gruesos y vigas de maderas nobles; una construcción de 2.500 metros cuadrados que hasta hoy alberga a la fábrica. En su interior llaman la atención antiguas máquinas: tornos, balancines, fresadoras, troqueladoras, prensas, pulidoras... de diversas procedencias. Y aunque están operativas, no todas están en uso. "Ya no hay la cantidad de operarios que hubo, y hoy la producción tampoco es tan alta como lo fue antes de los 80", sostiene Dorian. -Cuando mi padre empezó, Mademsa también hacía estos trabajos, pero ellos abandonaron la producción y vendieron todas las matrices. Mi padre compró varias, e hizo otras; yo también he hecho muchos moldes, y así hoy tenemos un parque de diseño enorme, aunque hemos debido seleccionar las piezas a fabricar. No podemos elaborar el surtido que teníamos antes -cuenta, y agrega: "Más que diseñar, copiamos modelos, ya está casi todo hecho y, la verdad, somos muy buenos copiadores". Hay piezas como bandejas y fuentes que se elaboran poniendo la plancha de aluminio, cobre, acero inoxidable, bronce o latón, entre el macho y la hembra del molde. La presión de la prensa moldea la forma en el metal, y luego los artesanos se encargan de decorarla. A las bandejas, por ejemplo, se les pone un borde de cobre, pero una vez plateadas no es posible advertir que en ellas se pegó un material sobre otro. Para elaborar objetos como jarros de agua, teteras o floreros se usa la técnica de revolución, y así como el alfarero da forma a la arcilla, estos hábiles artesanos, en una combinación de calor y trabajo en el torno de repujado, transforman la materia. El destino final de los objetos que allí se elaboran es el plaqué, un proceso electroquímico mediante el cual se crea una chapa de metal precioso sobre un metal de menor valor. -En nuestros productos se deposita níquel y después plata pura, sin aleaciones. Todas las piezas decorativas tienen diez micrones de plata, en tanto las cuchillerías y los productos para la industria hotelera, que sufren mucha manipulación, tienen 20 micrones de plata -explica Dorian, quien se hizo cargo de la empresa recién titulado como ingeniero químico, en 1970, cuando su padre enfermó. -Entonces había unos 180 trabajadores. Es que en esa época se armaban autos en el norte y el 30 por ciento de ellos debía ser de producción nacional. Tuvimos harto trabajo haciendo partes para autos y ferrocarriles -recuerda. Reconocimiento a la tradición Fueron las importaciones que comenzaron a mediados de la década de los setentas lo que hizo tambalear a la empresa. "Llegaron productos que buscaron competir con los nuestros, a precios mucho más bajos. Lamentablemente, la gente tardó en darse cuenta de que en este caso los precios sí tenían relación con la calidad. Las grandes tiendas se empeñaron en confundir a los clientes mezclando nuestro plaqué con los que traían de China o India, piezas con una chapa de plata de uno a dos micrones. Fueron tiempos difíciles, pero sobrevivimos porque tenemos un público y porque con el correr de los años la gente aprendió a distinguir calidades". En 2011, la Dibam adquirió un conjunto de piezas Windsor Plaqué, entre otros objetos de marcas chilenas con tradición, y desde entonces se exhiben en el Museo de Artes Decorativas como parte del patrimonio industrial nacional. Dorian Halpern lo siente como un reconocimiento a la labor que por años viene desarrollando la empresa. Hoy, esta cuenta con doce artesanos. Ellos, junto al personal administrativo y de ventas, componen un grupo de 17 personas. "No sé qué va a pasar cuando yo no esté, pero no quiero que en esto sigan mis hijos", sostiene Dorian, y añade: "En esta etapa de mi vida estoy estudiando un nuevo proyecto y tiene que ver con el legado que quiero dejar. Quiero traspasar mis conocimientos, enseñar a algún grupo de jóvenes interesados en el quehacer artístico, técnicas de repujado, de soldadura, de galvanoplastía... Me gustaría que la fábrica también sirviera de escuela de capacitación, porque aquí están todos los recursos para aprender. Lo terrible es que si no logro concretar este proyecto, algún día todo se va a desmembrar y tal vez el fierro se venda al kilo".