En el folclor convergen las raíces, la identidad y lo que emerge de la esencia más pura de los seres humanos. Margot Loyola era investigadora de aquello que brota del espíritu y de la cultura en general. Profunda y contemplativa. Sus cinco sentidos se sumergían desde lo más hondo para involucrarse y emocionarse con lo que nace del corazón.
Margot Loyola (1918-2015) recorrió casi un siglo de vida y se dedicó en exclusiva al rescate del patrimonio. Investigadora, docente, locutora radial, escritora, bailarina, compositora, intérprete, guitarrista, pianista de conservatorio y ganadora del premio Nacional de Artes en 1994, mención Música.
Exploradora de las revelaciones del sentir humano. La danza y el canto le llamaba profundamente la atención. Su metodología de investigación era inmiscuirse dentro de la comunidad para captar el espíritu que se traducía en canto, música y bailes. Junto a su pareja, Oscar Cádiz, ex alumno y veinte años menor, realizaban trabajos etnográficos, fue así que para conocer el cachimbo se radicaron por cinco años en Pica, Matilla, Tarapacá, Iquique y toda esa zona para impregnarse de aquella danza. Para Loyola, las manifestaciones artísticas de los pueblos se debían estudiar de la manera más holística posible tanto el olor del ambiente, historias, ritos, costumbres, vestimentas, rutinas, etc, eran importantes factores a estudiar para lograr captar el espíritu. “Aprender a ver, a respetar y a querer. Más que la danza, lo que importa es su portador; más que la canción, importa quién la canta, cómo la canta y por qué la canta”, dice su esposo sobre las enseñanzas que le dejó Margot a una entrevista que le realizó la radio Universidad de Chile.
Para Loyola el folclor era digno de estudio porque “ahí está la vida de la gente, del país. El tiempo pasado está ahí, no se pierde, ahí queda”. En sus ambiciones por estudiar el folclor chileno es que recorrió Chile en busca del rescate de la tradición. Muchas de las canciones que ella le dio voz fueron de cantantes anónimos que les fueron enseñando su cantar que provenían de los ancestros. Margot explicó para una entrevista en revista Paula que lo que más ha amado “son las letras aprendidas con cantoras chilenas de pueblos perdidos en el mapa”.
Fue en sus innumerables travesías por Chile y Latinoamérica que llegó a conocer la música pascuense, cacharpaya, cueca, vals, polka, tonada, música mapuche, pericona, gato, pequén, jota, sajuriana, sirilla y refalosa, entre otros. También, y como buena exploradora, viajó al Viejo Continente, cantó en el teatro Bolshoi de Rusia, en la boite L’Escale, de París donde exhibió las expresiones más profundas de nuestro país y Latinoamérica. También, estuvo en Polonia, España, Rumania y Checoslovaquia.
Una retroalimentación de saberes fue su vida, desde talentosas personas anónimas hasta destacados artistas fueron los que nutrieron a Margot. La cantante lírica Blanca Hauser fue su gran mentora dentro del ámbito del canto, estudió con Porfirio Vásquez, quien se le conoce como el Patriarca de la Música Negra, también aprendió de la cultura indígena peruana con el escritor José María Arguedas. Fue amiga de Pablo Neruda y comadre de Violeta Parra. Neruda la invitaba a almorzar y le decía que llevara su guitarra, el poeta se refería a ella como “la voz de los pueblos”. Su amistad con Violeta se gestó en una fonda en Quinta Normal, “nos conocimos peleando”, dice Margot en una entrevista para CNN. Loyola fue muy importante para la trayectoria profesional de Parra, primero le transcribió todas las primeras composiciones y las patentó. Luego, la llevó a la radio y la prensa. También, fue madrina de su pequeño hijo que falleció mientras Violeta estaba en Francia y al cual Parra le escribió la canción “Rin del Angelito”.
En 1972 es que se inmiscuye en el mundo académico. “Me encanta hacer clases porque veo a Chile en mis alumnos y me veo a mí, también” dijo Margot a una entrevista para CNN. Es en la Universidad Católica de Valparaíso donde impartió la asignatura “Folclor y Etnomúsica”, donde en 1998 recibió el título de Profesor Emérito.
Entre los libros que ha escrito son Bailes de tierra (1980) y El cachimbo (1994) “La Tonada: Testimonio para el futuro”; “La cueca: Danza de la vida y de la muerte” (2010); y “50 danzas tradicionales y populares en Chile” (2014), entre otros.
Mujer pasional, sensible y humilde. Agradecida de la vida y de las personas. Las últimas entrevistas que concedió, en la mayoría expresaba lo feliz que se sentía con la vida y por el cariño que le otorgaba la gente mientras transitaba por las calles.
Es por su trayectoria, pasión y devoción hacia el rescate del patrimonio que en 1994 se le entrega el máximo reconocimiento a nivel país dentro del rubro, el Premio Nacional de Artes, mención Música. ‘‘Cuando ya la primavera se avecina con sus brotes luminosos, un destello de alegría nos ha inundado. En mi persona se ha reconocido, por primera vez, que la cultura tradicional puede aspirar a la dignidad de un Premio Nacional de Arte’’, son las primeras frases de su discurso el día del recibimiento de tal honor, el 20 de octubre de 1994, donde también agradeció lo importante para su trabajo e inspiración las mujeres de zonas recónditas de nuestro país. ‘‘Finalmente, esta mañana quiero dedicar este reconocimiento a las cantoras anónimas de mi pueblo’’, sentenció.
Este es nuestro homenaje como Arte Popular a una gran persona y profesional. Gracias por ser fuente de inspiración y por compartir sabiduría. Gracias por homenajear y perpetuar los orígenes de nuestras raíces. Que en Paz Descanses, Margot.
*Foto: www.radiopaula.cl