Por Solana Trucco
Casira es una localidad ubicada en el departamento de Santa Catalina, a 3600 metros sobre el nivel del mar, en la puna jujeña. Es un pueblo alfarero de la Argentina. Allí, artesanos y artesanas utilizan técnicas ancestrales para elaborar sus piezas, destacándose las tradicionales ollas casireñas.
Tuve el privilegio de conocer a Virginia Cruz, una alfarera de Casira. Esta maestra estuvo mostrando su oficio durante el 12º Simposio Internacional de Cerámica de Avellaneda, en la provincia de Buenos Aires. Uno de los eventos más destacados en las artes del fuego que tiene la región.
En una de las salas, junto a otros ceramistas, trabaja Virginia y el público la rodea y se maravilla con sus obras. Ella no dice nada pero habla con la mirada. Sus ojos dulces y amables me encandilan. La observo trabajar, está concentrada, sus manos se mueven sin cesar y captan por completo mi atención.
“Jugando con el barro aprendí el oficio, a los ocho años. Mi mamá y mi abuela me enseñaron. Primero hacíamos ollitas chiquitas, después más grandes”, relata la alfarera. Le pregunto sobre el proceso. Me dice que la arcilla la junta en los cerros de Casira, en la cantera de lajas. Se saca con pico y con herramientas fuertes, luego se tritura y zarandea. Después se carga en vehículos –antes lo hacían en burros-. Luego, de otra cantera sacan la materia plástica que sirve para preparar la pasta, para hacer la cerámica que va al fuego directo.
“Preparo el barro sola y a veces me ayudan mis hijos y mi marido”, detalla. El barro se macera por mucho tiempo. Me explica que dos meses el tiempo mínimo que tiene que reposar. “Yo tengo preparada arcilla de hace años, ese barro es mucho mejor”, enfatiza. Las piezas las levanta modelando con chorizo, como herramientas usa “maderitas que son especiales para dar la forma”, dice. También trabaja con el torno patero, en él hace las ollas. Los pasos siguientes: hacer el bruñido y el engobado. Para fundir recolecta bosta de burro y guano de llama.
El horno es de adobe. Me comenta que hace una sola cocción. Cuando le pregunto por la temperatura de horneado, me mira, sonríe: “Nunca hemos medido la temperatura, por eso a veces hay que refundir las piezas y otras se nos echan a perder”.
Virginia hace además jarras y cántaros, entre otras piezas. “Generalmente hacemos lo que más se vende que son las ollas de base ancha que van al fuego”. Luego me explica que tiene problemas para la comercialización. “En Casira la gente produce mucho y los intermediarios compran por nada. Nuestros hijos ven eso y no quieren seguir con el oficio. No hay un mercado como para vender directamente al público. Quedamos atrás como productores. Queremos que haya mayor visibilidad para que vayan los turistas y nos compren a nosotros. Yo no le doy al intermediario, yo salgo a vender mis piezas”. Actualmente, Virginia tiene su puesto en la Feria Campesina de Quebrada y Puna, en el pueblo de Volcán, Quebrada de Humahuaca, Jujuy. Para terminar le pregunto qué significa ser alfarera: “Mi oficio me gusta, es mi trabajo para sobrevivir cada día”.
En 2015 se realizó el primer "Tantanakuy alfarero" (encuentro alfarero) con el objetivo de poner en valor el arte de la cerámica del pueblo casireño.