Hay muchas maneras de registrar la memoria histórica de un país. No solo la literatura, el cine o el periodismo, entre otros, sirven para estos efectos. El arte es fundamental en este proceso. Una obra maestra como el “Guernica”, de Picasso, es un gran ejemplo de cómo se retrató un doloroso capítulo de la historia como lo fue la Guerra Civil de España. En muchos países el arte textil ha servido para dar cuenta de las guerras, los conflictos armados y los procesos de pacificación. Históricamente, las mujeres han usado la tela y los hilos para dar a conocer situaciones de sobrevivencia. Desde la antigua Grecia hasta los tiempos modernos ha habido casos de denuncia en lugares como Irlanda del Norte, Laos, Zimbabwe, Sudáfrica, entre otros. En los documentales “Hilos que unen” y “Retazos de vida”, la cineasta estadounidense Gayla Jamison muestra algunos de estos casos.
En Chile, las arpilleras fueron esenciales para plasmar la realidad que muchas personas vivieron durante los años de dictadura a través de la técnica del patchwork y del bordado. Marjorie Agosin, escritora chileno-norteamericana residente en Estados Unidos y académica de la prestigiosa universidad Wellesley College, ha investigado durante años este arte textil. “Cuando estaba en la escuela graduada estuvo Antonio Skármeta en mi universidad, iba exiliado rumbo a Berlín. Él sacó una arpillera de su maleta y dijo ‘esto es lo que está sucediendo en Chile, donde hay mujeres que trabajan de manera clandestina el tema de la desaparición de las personas, y lo hacen con la tela’. Yo ahí me dije ‘cómo es posible que con retazos de género, materiales de la precariedad, se cree una belleza’. Me impresionó cómo las mujeres podían documentar un dolor tan trágico como la muerte de sus hijos usando los colores y la imaginación. Así fue como comencé a trabajar en torno a este tema, hace ya más de tres décadas”, recuerda.
Durante años viajó desde Estados Unidos a Chile a reunirse con ellas y visitar sus talleres, lugares de creación. “Logré hacer amistades y vínculos profundos. Aprendí la intimidad en que las mujeres se cuentan historias de dolor. La forma en que ellas pueden movilizarse de lo personal a lo histórico. Y cómo usan algo tan típicamente del ámbito de la mujer y de lo doméstico para trascender el estereotipo de lo femenino, como la costura, los hilos y la aguja, y crear textos y narrativas enteras sobre la resistencia. En este trabajo no hay división entre lo personal, lo público y el arte”, comenta la escritora.
“La arpillera es una narrativa textil que cuenta una historia. No tiene jerarquía, ya que en su gran mayoría son anónimas, solo están las iniciales. Era un trabajo individual y colectivo a la vez. Esto porque si bien las mujeres bordaban en sus casas, luego se juntaban para terminar sus obras en los talleres a modo de terapia y sanación. La arpillera ocupa un lugar central en su vida histórica y pública. Muchas veces, estas presentan un relato visual pero también escrito, donde plasman algunas frases con mucha poesía. Pienso que esto es algo muy típico de sociedades pobres, donde se puede crear belleza con los despojos. Porque tan solo se les daba un saco de harina para hacer su creación, pero ellas tenían que buscar el resto de los géneros. Las arpilleras de la Vicaría de la Solidaridad hacían denuncia política por medio de la tela”, explica Agosin.
Este arte es patrimonio común que merece reconocimiento especial al ser parte de nuestra historia.