UN HECHO QUE ÉL CALIFICA DE ESOTÉRICO LO CONDUJO, HACE MÁS DE 40 AÑOS, HASTA LAS ENTRAÑAS DE LA CULTURA MAPUCHE. MARAVILLADO CON SU ESPIRITUALIDAD Y COSMOVISIÓN, GASTÓN SOUBLETTE ASMUSSEN COMENZÓ TAMBIÉN A COLECCIONAR ARTE INDÍGENA, LLEGANDO A REUNIR UN CONJUNTO DE MÁS DE 400 PIEZAS QUE RECIÉN DONÓ A LA UNIVERSIDAD CATÓLICA.
Revista VD – El Mercurio – Texto: Beatriz Montero Ward
Profesor, maestro de generaciones, musicólogo, filósofo y ensayista. Gastón Soublette Asmussen, alto, delgado, con frondosa barba y pelo largo, habitualmente arropado en invierno con una manta, personaje ícono del Campus Oriente de la Universidad Católica, tuvo un accidentado itinerario antes de encontrar su verdadero camino. Egresado del colegio de los Padres Franceses de Viña del Mar, se paseó por Arquitectura y Derecho, clásicas carreras que estudiaban los jóvenes de su época, pero que a él lo llevaron a un estado de neurosis absolutamente intolerable. "Estaba desorientado", reconoce, y entonces partió rumbo a Francia para estudiar música y musicología en el Conservatorio de París. "Ahí recién comencé a entrar en lo que es propio mío".
De vuelta en Chile encontró su lugar en los institutos de Filosofía y Estética de la Universidad Católica, donde por varias décadas realizó una intensa labor académica, hasta que el año pasado, después de finalizar su exitoso curso sobre sabiduría chilena de tradición oral, en el que tuvo 87 alumnos y que dio como fruto un libro con ese mismo título, dijo paso. "Ya tengo 88 años y era el momento de transformarme en profesor investigador, para lo cual ofrecí un programa a la universidad", dice sentado en un sillón de mimbre en la luminosa galería de su casa en Limache, el espacio que en los días templados suele usar para trabajar. Allí vive desde mediados de los 80, cuando después de heredar algo de dinero de sus padres compró esta propiedad en la calle Andrés Bello, con una casona de arquitectura genovesa proyectada por David Cuneo en 1930 para la familia Bavestrello. "Cuando niño pasaba mis vacaciones aquí, en la quinta de Blanca Soublette, hermana de mi padre, que quedaba en esta misma calle, un poco más allá. Y me enamoré de este pueblo. Así es que apenas tuve algo de plata lo primero que pensé fue volver a Limache", cuenta.
Más de treinta años yendo y viniendo a Santiago en bus, porque jamás aprendió a manejar; subiendo y bajando las escaleras del metro; cargando maletas repletas de papeles y libros. "Una energía que me duró hasta el año pasado no más", dice con sabiduría este hombre que medita cuatro veces al día por un cuarto de hora, para "pacificar y limpiar la mente"; que tuvo como maestro de yoga hatha al discípulo de Gandhi, Giuseppe Lanza del Vasto; que no tiene celular ni computador y que continúa escribiendo en la clásica máquina Olivetti Lettera 32 diseñada en 1963 por Marcello Nizzolo. "El médico que recién me operó del colon me dijo: 'Usted es flaco y se ve frágil, pero biológicamente es muy fuerte. Cualquiera a su edad, con lo que le pasó a usted, estaría inutilizado'. Es que he caminado mucho por los cerros, le dije, y me he mantenido muy activo produciendo, investigando. Hay motivos para vivir y querer seguir viviendo".
Conoce bien los cerros de la localidad de Rungue en la comuna de Tiltil, como el Huechún, que solía subir en busca de objetos y cosas mapuches que lo ayudaran a descifrar su misteriosa conexión con esa cultura. "Tenía 20 años cuando escribí una historia imaginaria en décimas, que tenía lugar en Limache y que trataba sobre un conquistador español de nombre Juan de Manríquez y Sandoval que, hastiado de la crueldad de los españoles con los indígenas, se pasaba al bando contrario. Como era un hombre muy dotado síquicamente los machis de la región lo ordenaron machi, convirtiéndolo en el único hombre de raza blanca en recibir ese honor. Un día le conté esta historia a Antonio Antileo, entonces profesor de mapudungun del Instituto de Letras de la Católica y él me pregunto si de verdad la había inventado yo porque la historia era cierta. Entonces me aconsejó buscar entre los cronistas españoles antiguos el relato y ponerme en contacto con el pueblo mapuche", relata Soublette.
¿Qué hizo usted?
-Pasé mucho tiempo buscando en la Biblioteca Nacional hasta que encontré la crónica. En esa época conocí, también, a un profesor del Pedagógico de la Universidad de Chile, don Domingo Curaqueo, mapuche y especialista en cultura ancestral de su pueblo, quien me invitó a un guillatún (rogativa solemne) en Quepe, a las afueras de Temuco. Acepté de inmediato y fui recibido como un pëllí, como un hermano, porque al parecer intuyeron mi respeto por su espiritualidad. Incluso, durante la ceremonia me pidieron que tomara el kultrún y lo tocara sobre la cabeza de la machi para que entrara en trance. Era invierno, había una tempestad eléctrica tremenda, truenos, rayos, las araucarias y coigües se movían con el viento, el río Quepe corría con un torrente feroz, todo era una cosa tan grandiosa, una experiencia tan única en mi vida... Después, una machi me dijo que el newen (la fuerza o energía) mapuche se había metido dentro de mí y que no se me iba a salir más. Entonces empecé a investigar y a leer todo lo que podía.
¿Qué fue lo que más le interesó del pueblo mapuche?
-Su tradición oral, su sabiduría, su cosmovisión, su mitología y ritos. Me interesó su espiritualidad, su idea de la creación del mundo, del ser supremo, de las fuerzas cíclicas que despierta y de cómo se lo invoca.
¿Cómo comienza a coleccionar piezas indígenas?
-Hay un solo objeto, un mármol azul horadado, que encontré en esas excursiones a los cerros, el resto me fue llegando. La gente comenzó a saber de mi interés y me empezaron a llamar personas, que yo no conocía, para ofrecerme piezas, y de repente me encontré con cosas muy importantes que por supuesto adquirí. Pero también recibí donaciones de algunos coleccionistas, sobre todo de cerámicas, de culturas peruanas y de las culturas Arica y Molle del norte de nuestro país.
Así, en estos más de 40 años, Gastón Soublette alcanzó a reunir un conjunto de más de 400 piezas, que incluye un buen número de cerámica mapuche y diaguita antigua, platería, textiles y líticos. Entre estos últimos hay clavas, toquis o hachas y puntas de lanzas encontradas en el norte, sobre todo en la comuna de Taltal, a las que se les calcula al menos unos cinco mil años de antigüedad. "Siento que estos objetos son sencillos pero de una gran nobleza. Transmiten una energía especial, que los mapuches llaman newen", dice Soublette.
¿Por qué decidió desprenderse de esta colección y donarla?
-En esta casa ya no me cabía y solo algunas piezas, las más hermosas, las tenía en una vitrina en el comedor. El resto estaba todo embalado en cajones. Un día dije, qué injusticia más grande, tengo un patrimonio que le pertenece a la cultura del país y yo lo tengo guardado. No puede ser. Entonces hablé con el rector Ignacio Sánchez de la PUC y él aceptó de inmediato recibir la colección y hacer un museo con ella.
¿Por qué la UC?
-Porque aprendí a interesarme por la cultura indígena en esa universidad. Le debo mucho a la Católica, me ha publicado todos mis libros, me ha dado plena libertad de cátedra y he tenido siempre un gran reconocimiento por parte de su rector.
¿Qué opinó su familia, especialmente sus tres hijos?
-Ellos entendían que este era un patrimonio, que ellos no podían heredar ni dividir. Porque, qué haría una vasija mapuche de 500 años arriba de un piano o sobre una mesa. No significa nada. Ellos mismos me aconsejaron que la colección debía quedar en una institución y que, obviamente, debía ser la Universidad Católica.
¿Por qué cree usted que hay tan poco espíritu filantrópico en nuestro país?
-La hegemonía de la economía y la tecnología en el mundo nos han vuelto egoístas. Antes teníamos una cultura humanista con cierta base espiritual, religiosa. Eso se acabó. Hoy, de lo único que está preocupada la sociedad es de crecer tecnológica y económicamente, y lo terrible es que es solo la élite que detenta el poder la que crece.
¿Nunca sintió temor de que le confiscaran su colección?
-No, porque me apersoné ante el Consejo de Monumentos Nacionales y les conté sobre este conjunto arqueológico reunido a lo largo de estos años. Así, la colección quedó registrada e inscrita en esa entidad.
Será en una sala de 120 m2 en el Campus Oriente donde, a partir de la segunda quincena de septiembre, estará en permanente exhibición. Del layout del espacio, diseño de vitrinas y montaje se encargó la oficina Amercanda, bajo la dirección del arquitecto Cristián Valdés; del expertizaje de las piezas, en cambio, un grupo de antropólogos presididos por Margarita Alvarado. "Le pregunté al rector si aceptaría que la inauguración se hiciera con un ritual realizado por auténticos mapuches. Me contestó que sí, así es que le voy a pedir a un lonco que vive en los cerros de Valparaíso que lo haga", comenta Soublette.