Un libro lleno de pequeñas historias se editó como celebración del centenario de Chuquicamata. El texto, publicado por la Agrupación de hijos y amigos de Chuquicamata, es una selección de recuerdos de quienes vivieron allí, que ayudará a conservar la memoria del campamento minero más árido del mundo -que aspira a convertirse en Patrimonio de la Humanidad-, aunque sus calles y edificios estén completamente vacíos.
Revista VD – El Mercurio PAULA DONOSO BARROS
"Ese día, todos andaban emocionados por la tronadura más grande en la historia de la humanidad, radio El Loa anunciaba que ese fin de semana a las 13:00 sería, se reiteraba el llamado a la prudencia ya que la posibilidad de que los restos de la explosión alcanzasen el campamento era real. ¡Nosotros estaríamos al aire libre! Comenzaron a sonar las sirenas, el suelo se estremeció, y nos dimos cuenta de que nuestro cálculo era incorrecto y empezamos a correr como si nos persiguieran, mientras la calaminas de los techos sonaban por los guijarros, era como una granizada...".
Tan cotidianos como esta historia de Cristián Barceló son los pequeños relatos que aparecen en Chuquicamata Nuestra Tierra Amada, que la Agrupación Hijos y Amigos de Chuquicamata publicó para conmemorar el centenario de la inauguración del campamento minero.
Casi ingenuos algunos, los recuerdos tienen el valor de dar chispazos de vida diaria y, con más corazón que pluma, el de retratar distintas épocas del campamento. Algunos relatan los años en que estuvo en manos de los norteamericanos de la Chile Exploration Company; otros, de cambios que trajo consigo la nacionalización en los años 70. Tampoco falta la nostalgia de sus habitantes en estos días, cuando ya están todos instalados en Calama, después de un largo proceso que en 2007 dio paso al cierre definitivo, para resguardar a sus habitantes de los efectos del plomo y otros desechos de la extracción minera. "El día que me enteré de que mi casa se cerraba definitivamente y ya nunca más podría ir y caminar por sus calles, la tristeza se apoderó de mis recuerdos", describe Eduardo.
El campamento celebró su aniversario el 18 de mayo con 48 hectáreas, correspondientes al casco histórico y a algunas poblaciones, convertidas en Zona Típica y Monumento Histórico por el Consejo de Monumentos Nacionales. La declaratoria de enero de este año va a permitir el rescate y resguardo de la histórica localidad minera.
-El valor patrimonial de Chuquicamata es particular y único en el mundo -asegura René Huerta Quinsacara, director del Área de Patrimonio de la Corporación de Cultura y Turismo de Calama, quien trabajó en la postulación en conjunto con Codelco y con la Agrupación Hijos y Amigos. Y explica que no solo refiere a lo arquitectónico y a las materialidades con las que fueron construidos sus edificios, sino al valor cultural y al valor simbólico intangible que los chuquicamatinos otorgan al campamento. "Ellos han ido construyendo la historia a través del registro de leyendas, vivencias y procesos sociales tan importantes como la nacionalización del cobre. Mientras ellos existan, el campamento seguirá teniendo valor cultural y, por definición, valor patrimonial".
De eso trata el libro que publicó la agrupación. De recordar pequeñas imágenes, como las tardes en el teatro Chile, donde dicen que se estrenó King Kong; de las fiestas al ritmo de bandas como los Cooper's Sons, los Fenders, o los Fénix, con que se bailaba en el Club Chuqui, y de las tardes de básquetbol con equipos como los Águilas, Magisterio, Silex, Correhuela o Coquimbo Unido peleando el campeonato.
Las historias recorren los 21.595 días que funcionó el campamento. Y también recogen las esperanzas que llevaron a que muchos cruzaran medio Chile para entrar en la mina, según da cuenta este relato anónimo: "Llegué desde la Cuarta Región con un pan de marraqueta. Muchas noches dormí en la plaza, temblando de frío y hambriento; por varias semanas era el primero en llegar a la oficina de empleos con la esperanza de prestar algún día sus servicios a la empresa. Allí conocí nuevos amigos, me hablaron de las duchas colectivas y juntábamos monedas para comprar un pan. Al firmar contrato me temblaba la mano por la emoción del momento y de lo flaco que estaba. Con mi primer sueldo compré una panera para no olvidar lo vivido".
Eran años de la Chile Exploration Company, escribe Sara Bugueño, cuando el campamento se dividía en dos mundos: "Los chilenos - los norteamericanos; campamento minero - campamento americano; cocinas a yareta - cocina eléctrica; escuela pública - english collage; teatro galería, platea baja - teatro platea alta reservada; escudo - dólares..."
-A mediados de los sesenta el agua se iba a buscar en grandes tinetas y las duchas eran corridas largas donde lunes, miércoles y viernes se bañaban las mujeres y los otros días los varones -cuenta Miriam Bolados, quien encabeza la Agrupación de Hijos y Amigos de Chuquicamata.
La organización, que se creó en 2013, persigue la declaración de Chuquicamata como Patrimonio de la Humanidad. "Por eso impulsamos todas las actividades que pongan en valor el patrimonio cultural y nuestra identidad como campamento de Chuquicamata", explica su presidenta.
-Como grupo nacimos con el fin de detener el botadero 95, donde estaban dejando el material estéril con que cubrieron varias poblaciones, sin cumplir el acuerdo que teníamos de conservar. Fue bastante desastroso. Sin nosotros, estaría todo el campamento tapado.
Para uno de los edificios chuquicamatinos más emblemáticos, el hospital Roy H. Glover, fue tarde: "Fue dolorosa su desaparición -recuerda Miriam-. Empezaron a taparlo cuando todavía estábamos viviendo allá. Igual que la población Prat, la primera en que yo viví. Y nadie hacía nada, y mirábamos el desastre y llorábamos".
Se puede no conocer el desierto ni la mina, pero uno a uno los relatos lo van haciendo tangible. El viento, que "a eso de las dos de la tarde con la precisión de un reloj barría las calles sin pavimentar... y se calmaba a eso de las ocho, como un gesto acogedor para los de la guardia de once a siete", parece sentirse. En una ciudadela que llegó a tener 27 mil habitantes, se pueden imaginar a los niños lanzándose en bicicleta desde la gruta de la Virgen hasta la cancha Alfredo Chellew; otros, tirándose por los ripios en un cartón. Y a muchos adultos bañándose en "la posa de los calatos": "Como se alimentaba con agua que traía partículas de cobre y venía tibia, muchos las aprovechaban para los dolores reumáticos".
Miriam espera ver el campamento convertido en Patrimonio de la Humanidad, tal como Sewell o Humberstone. "Veo posible un proyecto turístico-patrimonial similar al que se ha desarrollado en la salitrera".
Para René Huerta, este debería ser un modelo muy vinculado a Chuquicamata como yacimiento.
-Los modelos de gestión o negocios son únicos según el sitio al que se refieren. En el caso de Chuquicamata, una figura corporativa sería ideal, donde estén todos los actores sociales involucrados: Codelco, la Municipalidad de Calama, Sindicatos de trabajadores, el Consejo de Monumentos y organizaciones civiles territoriales de chuquicamatinos. No debiera ser un modelo solo turístico, sino relacionado con la puesta en valor de nuestro campamento, que implica abordarlo desde una mirada integral, donde lo humano es un componente fundamental.