La elegancia de Santiago Centro no está solo en las fachadas de los pocos edificios patrimoniales que quedan en sus calles. También se encuentra en estas tiendas que no se han dejado llevar por la masividad o la rapidez de la vida citadina. Ofrecen prendas exclusivas, atención de calidad para sus clientas y resguardan el aire sofisticado que alguna vez tuvo el casco histórico de la capital.

Fuente: Revista Mujer

Puede que sean los dos millones de personas que transitan por el Paseo Ahumada o las más de 300 sucursales bancarias que funcionan en las calles aledañas. Que se deba a la existencia de 72 galerías en las que conviven relojerías, tiendas de filatelia, camiserías y cafés con piernas. Que sea una reacción lógica ante sus más de 200 fuentes de soda y bares, el centenar de centros médicos, los 500 salones de belleza o a los más de mil almacenes chicos que venden toda clase de productos y chucherías. También aportan el ruido de las micros, las prédicas religiosas, los bombos de los chinchineros, los arreglos en el pavimento, el aleteo de las palomas y las risas que sacan en los transeúntes las rutinas subidas de tono de los humoristas callejeros.

Por todo eso y muchas otras cosas es que el centro de Santiago puede resultar abrumador, inasible y hasta desagradable, pero nunca poco interesante. “Bastan dos razones para conocerlo”, dice Andrés Mosqueira, director del Museo de Santiago. “La primera es porque muestra en muy pocas cuadras lo que somos como país, es la apreciación más clara del mestizaje y de cómo funcionamos hoy, para bien y para mal. Y la segunda: por tradición. Conocerlo significa establecer un vínculo con nuestro pasado colectivo. No es lo mismo estar en la Plaza Perú que en la Plaza de Armas: en la primera respiras el barrio El Golf y en la segunda, el Santiago del que provenimos todos”, opina.

Esta es una tienda clásica que ha subsistido por la atención. Nuestras vendedoras son de edad, partieron aquí y saben lo que es atender bien”, dice Carmen Urzúa sobre la boutique Stephanie.
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Si bien la élite ya no pasea ni se deja ver por el centro como lo hacía antes, edificios como el del Portal Fernández Concha -el primer portal comercial-, el Hotel Crillón -hoy convertido en la Galería Crillón- y el edificio de la Bolsa de Comercio -el rascacielos inicial de Santiago- siguen atesorando parte de ese pasado elegante. Al igual que las tres boutiques de este recorrido que a través de sus prendas exclusivas y su atención personalizada -dos piedras preciosas si se comparan con la cantidad de tiendas que allí funcionan, que apuntan a lo masivo- han sabido mantener ese espíritu glamoroso, cálido y acogedor de antaño.

De lunes a viernes, Olga Otto Vásquez sale de su departamento ubicado en la comuna de Providencia, alrededor de las nueve de la mañana. Camina cinco cuadras hasta el metro Tobalaba, sube al tren, se baja en la estación Santa Lucía y desde allí se dirige hasta Moneda 986, entre Estado y Matías Cousiño. En esa dirección funciona Stephanie, la boutique de ropa femenina que instaló con sus hermanas Virginia y Aurora en 1960, y que desde entonces se mantiene intacta. A diferencia de muchos que sueñan con dejar de trabajar, Olga no ha querido hacerlo, pese a que podría. Su edad tampoco ha sido un impedimento -en diciembre pasado cumplió 90 años-. “¿Para qué voy a dejar de venir, si esto es muy entretenido y soy ágil? Me gusta la ropa, caminar, tomarme un cafecito”, dice. Lo mejor es la confianza que se da en este espacio. Me dicen, ‘María Angélica, tengo una reunión y me veo mal, ayúdame’, entonces las vestimos de pies a cabeza”.

aaCarmen Urzúa Otto, su sobrina y quien administra la tienda, agrega: “La gente te conversa, te habla de sus hijos, del marido, vienen clientes que traen a su amiga y a la señora. Uno no puede decir nada, claro, pero todo lo que ves te entrega una visión global de la vida”. Si bien se tituló de química en la Universidad de Chile, Carmen optó por el negocio familiar, y durante las dos décadas que lleva al mando ha esquivado la tentación de vender.“Hoy todo es plata, pero esta tienda no la vendo. No tiene que ver con dinero”, asegura. “Aurora Otto, mi madre, murió a los 86 años y trabajó toda su vida aquí con sus hermanas. Para Virginia, la mayor de las tres -hoy de 100 años-, es el hijo que no tuvo. Ella tenía otros negocios, pero este nunca lo soltó: se trata de una tradición”, explica.

Para mantenerla no ha sido necesario renovar nada: “Así la recibí y así la tengo yo. Esta es una tienda clásica que ha subsistido por la atención. Nuestras vendedoras son de edad, partieron aquí y saben lo que es atender bien”, cuenta. “Además, la ropa es impecable. Me la traen de Europa y si requiere de ajustes, los hacemos en el taller que está abajo. Los precios son caros -un vestido de madrina puede costar desde 190 mil pesos-, pero las clientas vuelven. Tenemos generaciones completas: mamás, hijas, nietas y abuelas. Podría traer ropa china al por mayor y venderla a un cuarto de precio. Pero no tendría ningún sentido”.