El término espacio cultural es un concepto más bien moderno asociado a museos, salas de exhibición para las artes visuales, teatros de artes escénicas, salas de música y conciertos, entre otros, infraestructura que, como ciudadanos, nos disponemos a visitar y conocer cada año durante el día del patrimonio.
¿Qué pasa entonces cuando la mirada del espectador se amplía a reconocer la presencia cultural en otro tipo de espacios? Lugares asociados al territorio y muchas veces a la dinámica propia de los grupos humanos y comunidades que por su cotidianidad pierden la categoría. Es posible plantearse, entonces que habitamos espacios culturales y no necesariamente que éstos existan fuera de nosotros.
Para la artesanía, no son precisamente sus objetos artesanales los portadores de patrimonio, si no el saber hacer de los artesanos el que se constituye como valor de patrimonio inmaterial. Bajo este contexto, resulta fundamental entonces hablar del “taller como espacio cultural” ya que en este lugar se desarrolla el proceso creativo y productivo que constituye el valor del oficio y donde los artesanos transforman una materia prima en un objeto artesanal.
Por lo mismo, podemos también referirnos al consumidor cultural de artesanía que no sólo se vincula con los objetos por una valoración comercial (si es barato o caro) si no también artística y creativa.
Celebro la incorporación cada año de nuevos talleres que abren sus puertas al público y con eso contribuyen a la visibilización de sus oficios artesanales, de los maestros artesanos, la formación de nuevas audiencias para la artesanía y la oferta turística cultural durante todo el año.