• Detrás de la icónica marca textil había un minucioso trabajo realizado por mujeres, que en la fábrica encontraron un espacio de sustento y una forma e vida. Zurcidoras, que arreglaban con aguja e hilo los piquetes o fallas; las pinzadoras, que extraían motas; las dobladoras y peinadoras torcían y acomodaban los hilos en los telares. Todas ella construyeron el prestigio de la mayor textil chilena. 

Durante más de un siglo, la marca de Paños Bellavista fue sinónimo de prestigio y calidad, incluso fuera del país. Pero desde sus primeros hitos -como haber vestido a los soldados chilenos en la Guerra del Pacífico-, la fábrica fundada en 1865 recurrió a la mano de obra femenina para desempeñar una serie de procesos complementarios en la producción de telas. Para ellas significaba una fuente de ingreso que les permitía mantener a sus familias, y también el espacio donde en la práctica transcurría gran parte de su vida.

Según explica la profesora de la Universidad de Concepción Laura Benedetti, en la zona que experimentaría un auge industrial, a mediado del siglo XX, "ellas si bien no son mayoría, van a tener una presencia relevante.  Con el cambio de siglo, la industria nacional requiere más mano de obra y coincide la necesidad de la empresa de contratar a bajo costo con la de las mujeres de ser proveedoras". Pero esta inserción femenina no estaba exenta ed dificultades: la académica señala que los salarios de hombres y mujeres desde siempre fueron muy desiguales para un mismo trabajo y socialmente no era bien visto que la mujer trabajara fuera del hogar.

Aprender sin parar

Con el tiemp, las generaciones se fueron sucediendo en la industria textil, por lo que era común que los hijos e hijas siguieran los pasos de sus padres y abuelos. También la mujer continuó su paulatina incorporación al trabajo,aunque como observa la profesora Laura Benedetti, se daba preferencia a los hombres en la manipulación de máquinas, mientras que surgieron una serie de oficios complementarios orientados a la mano de obra femenina, como por ejemplo, corregir fallas de piezas de tela salidas del telar.

Para estas laboresa a veces seles capacitaba y otras dependían de la voluntad de trabajadoras con más experiencia para enseñarles. María Eugenia Orellana entró a Bellavista Tomé en 1963, con 16 años, luego de hacer un curso para más de cien zurcidoras, aunque "eso se iba aprendiendo con el tiempo,había que tener habilidad y buena vista". María Cristina Solar ingresó a los 17 años en 1967, junto a unas 62 operarias y recuerda que "había viejitas mañosas que no nos querían enseñar el trabajo, porque creían que les íbamos a quitar las máquinas y las iban a despedir".

"La fábrica nos daba lo necesario, era lo mejor para una persona que no era profesional. Yo quería estudiar para ser profesora, pero tuve que dejar el liceo para ayudara mi familia: éramos 12 hermanos", cuenta Juana García, quien antes de entrar a Bellavista en 1983, trabajó 18 años en Paños Oveja.

La fábrica era un espacio donde las relaciones entre hombres y mujeres eran bastante igualitarias. Donde habían diferencias era entre operarios y empleados,observa Esmeralda Jara, quien entró a Bellavista en 1963 y se desempeñó durante 42 años en control de calidad, por lo que tenía relación con todos los procesos de elaboración de telas."Entré sin tener idea, después hice cursos durante toda mi vida", cuenta, y agrega que en casi todas las secciones trabajaban mujeres, salvo en lavado y clasificación de lanas, que eran las primeras etapas donde llegaban los vellones extraídos de las ovejas. María Angélica Centeno, quien trabajó en Bellavista entre 1971 y 2003, recuerda que tenía un jefe que cuando llegó como empaquetadora a la sala de ventas no la quería por ser mujer, pero después "fuimos hasta compadres". Asimismo, compartía con los empleados, a los que ayudaba en algunas labores que fue aprendiendo.Así, cuando salió de Bellavista la llamaron de la Crossville, donde aprendió el trabajo de enlisado, enrollar los hilos en el telar para formar los dibujos de la tela,un verdadero "trabajo de chino".

Día a día

Las jornadas laborales eran extensas, y era habitual que las operarias tuvieran que trabajar sobretiempo para que la firma pudiera cumplir con sus pedidos. Ellas no se complicaban mayormente en ir a trabajar sábados y domingos, ya que se pagaba extra: "andábamos pidiendo ir a trabajar el domingo para aumentar el sueldo; los días feriados no nos hallaban en la casa", cuenta María Cristina. Como pasaban tanto tiempo en la fábrica, no era raro que surgieran otros lazos entre compañeros. Ella misma recuerda una huelga que hubo al poco tiempo de haber entrado a trabajar,que incluyó una toma de las instalaciones.

-Cuando quedamos encerradas en la fábrica,empezaron todos los pololeos- sentencia.

Porque aunque los padres eran estrictos,y tampoco les quedaba mucho tiempo para hacer vida social fuera del trabajo,era inevitable que dentro de Bellavista surgieran los romances:cuatro de las cinco entrevistadas conocieron a sus maridos en la fábrica.

En las instalaciones de Bellavista había también actividades artísticas como el conjunto folclórico y coros. En el gimnasio se jugaba básquetbol y se proyectaban películas mexicanas. Todos recuerdan con alegría las fiestasque se hacían para el 18 de septiembre, donde las distintas secciones competían por decorar la mejor ramada. La celebración culminaba con un gran asado para todos los trabajadores. Cuando la fábrica cumplió 100 años, se eligió una reina que representaría a la empresa en la Semana Tomecina,resultando ganadora la candidata que era hermana de María Eugenia Orellana. Antes que hubiera casino para almorzar, los operarios comían viandas que les iban a dejar a mediodía.

Además de las ventas que hacían los mismos operarios dentro dela fábrica, desde cigarros sueltos hasta escabeche, muchos también vendían los cortes de género que cada año les entregaban la empresa por Navidad para uniformes escolares.

"Como en todos partes, había personas más buenas para la talla, más picaronas, algunas eran atrevidas, pero no se puede decir que todos eran así. Nunca tuve problemas de falta de respeto", afirma Esmeralda Jara. "Tuve suerte de trabajar con varones y jamás recibí una mala palabra. ¿Por qué ahora hay tanta falta de respeto hacia la mujer? Yo digo que una tiene que darse a respetar", afirma María Angélica Centeno, quien sabía defenderse: "Una vez un tipo se quiso aprovechar y me lo tuvieron que quitar. No le aguanto nada ni al Papa", agrega.

Cuando Juana García llevaba poco tiempo en revisión depaños,el encargado de llevar las piezas de tela le buscaba conversa y se le sentaba al lado, cada vez que su compañera de labores se paraba de su puesto. "Mi compañera dijo 'esto se va a parar aquí' y dejó una aguja en el cojín, y el hombre llegó y se sentó...", y hasta ahí le llegó el intento de conquista.

Sin parar

Todas reconocen que su trabajo en la empresa les permitió educar a sus hijos y adquirir una casa, a través de una cooperativa. De ahí que siguen en contacto con antiguas trabajadoras. Otro rasgo común es que no se resignan a quedarse en la casa. Aparte de que por lo exiguas de sus pensiones, se ven en la necesidad de realizar alguna labor remunerada, participan en grupos de teatro, clubes de adulto mayor y otras organizaciones comunitarias. María Angélica Centeno cuenta que hoy trabaja por la comunidad, encabezando su junta de vecinos.

A todas les danostalgia al vercómo está la fábrica hoy, que funciona a reducida escala. Lamentan el deterior y abandono de lo que alguna vez fueron oficinas y dependencias. Más allá delos vaivenes económicos por los que pasó la firma,ellas tienen su propia explicación delauge y caída delaempresa, y tiene que ver con la calidad. "Cuando llegaron señoresque creían saberlo todo" y por abaratar costos fueron eliminando labores como elzurcido. Se llegaron a tapar defectos de las telas con lápiz,que luego quedaban a lavista cuando selavaban las prendas.También como a toda la industria textil,leafectó la entrada al mercado de ropa importada y más barata.

Aún así, el impacto en sus vidas continúa. María Angélica dice:

-Yo soy lo que soy y tengo lo que tengo gracias a Bellavista.

FUENTE: Revista YA