Hasta hace algún tiempo la historiadora Macarena Peña, la comunicadora audiovisual Daniela Acuña y la diseñadora Maricarmen Oyarzún vivían en Santiago y coincidían en eventos de moda donde las invitaban como creadoras de exclusivas colecciones inspiradas en la artesanía chilena. Pero sus respectivas vidas dieron un giro que las llevó a dejar la ciudad y hoy sus vecinas son justamente las artesanas que antes admiraban a la distancia. Aquí cuentan cómo sus aventuras han sido una lección de vida.    Fuente: El Mercurio - Revista Ya

Por Pilar Navarrete. fotografías: pin Campaña.

Hasta hace dos meses, la comunicadora audiovisual y antropóloga Daniela Acuña vivía en un departamento en Las Dalias con El Bosque, en Santiago, a pocas cuadras de tiendas, supermercados, bares, restoranes y casas de amigos. También de su tienda Arte Origen -ubicada en Vitacura-, la plataforma que creó en 2008 en Reñaca, luego de vivir por varios años en Barcelona, y que un año después instaló en la capital. Su apuesta fue reunir en un solo lugar el trabajo de diseñadores y artistas contemporáneos dedicados a reinterpretar el oficio de los artesanos y además darle una vitrina "chic" a las creaciones hechas por artesanos tradicionales oriundos de distintas zonas del Chile profundo. Por eso, en sus vitrinas siempre ha sido común encontrar chales, abrigos y joyas de renombrados diseñadores chilenos, junto a cerámicas de Vichuquén, fuentes de madera de raulí talladas en Temuco y las clásicas mariposas o libélulas de crin o pelo de caballo que tejen las artesanas de Rari, la pequeña localidad ubicada en la precordillera de la Región del Maule, y que Acuña, como lo hacen muchos, honraba vistiendo un prendedor o un par de aros. Eso, hasta que a mediados de febrero su vida dio un giro: su pareja, el ingeniero Patricio Noack, fue nombrado director de Educación de la Municipalidad de Longaví, y como su nuevo cargo lo obligaba a instalarse en la Región del Maule, Acuña decidió desmontar su casa y partir con él a vivir al campo. Sabía que no era la primera en hacerlo. Años antes dos conocidas suyas habían tomado una decisión similar que les cambió la vida: la primera fue la diseñadora de vestuario de Inacap Maricarmen Oyarzún, que en 2005 partió a la Araucanía a desarrollar un proyecto textil con tejedoras mapuches, y Macarena Peña, historiadora y gestora cultural de la Universidad Católica y dueña de la tienda de artesanías Ona -que además bajo su marca desarrolla una línea de chales de alpaca- que en 2010 decidió dejar su local en manos de un equipo de colaboradores y se instaló en San Pedro de Atacama. Desde el altiplano, el campo y el sur, las tres cuentan aquí cómo ha sido convertirse en diseñadoras sumergidas en el mundo de las artesanas. Los contrastes del campo Mientras juega con el anillo de piedra que lleva en su mano derecha, con su voz ronca y ritmo acelerado, Daniela Acuña explica que cambiar Santiago por el mundo rural no fue difícil. Ya tenía otras historias a cuestas. -Yo desde siempre he tenido un nexo con las culturas indígenas por mi mamá que es artista plástica y una gran amante de los pueblos originarios. Viví en San Pedro de Atacama y en Isla de Pascua y como la familia de mi padre es de Temuco, siempre tuve contacto con Carhuello, con Curarrehue, con Caburgua, con la Araucanía. Entonces, compartir con las artesanas no fue algo nuevo para mí, pero sí lo fue la zona. El campo sonaba algo inhóspito, porque me era poco conocido -confiesa. -Pero irme a Rari, donde existe una artesanía única en el mundo fue lo que me alucinó. En el corto tiempo que lleva viviendo en el Maule dice haber descubierto un mundo de riqueza técnica y humana. -Todo el mundo dice "qué lindo crin", pero no se imaginan el universo que hay detrás: todas las tejedoras son mujeres que viven en casas muy pobres, más pobres aún después del terremoto. Son ellas quienes parten a un matadero a Chillán para conseguir el pelo de la cola cuando matan a un caballo viejo. Son ellas quienes van a lavar el pelo al río y, tras dejarlo secar, lo tiñen a mano, con anilinas artificiales o que preparan con hojas de caqui, de durazno o con las hierbitas que tienen ahí, en la precordillera. Cuando tú llegas a Rari, sueles ver bajo el parrón a una abuela, con su hija y su nieta, todas tejiendo una mariposa o una libélula como si sus dedos fueran unas arañas. El aprendizaje en estos dos meses se ha colado a través de matices: por un lado asegura que la vida sencilla que llevan las tejedoras ha sido para ella una lección de humildad. "En Santiago te come el ego, mientras acá compartimos con gente que no tiene nada que ver con nosotros en educación, pero que son tan sabios o mucho más aún que nosotros", afirma. Sin embargo, también ha descubierto el lado menos amable del campo, como la violencia en la que viven inmersas muchas mujeres. -Estando acá uno empieza a deconstruir esa mirada romántica del campo y empieza a entender que es un mundo donde también hay mucha violencia contra las mujeres, sobre todo en esta época de vendimia, en que los hombres llegan borrachos a sus casas. Se dan muchos abusos. Ahí te das cuenta de que la vida de las mujeres si bien se da en un lugar que es como el paraíso, es a la vez una vida súper dura. Empiezas a descubrir lo que no ves cuando estás de paso, donde todo parece lindo. Esas historias las ha palpado trabajando con Madre Maestra, una de las varias agrupaciones de tejedoras que existen en Rari: cerca de 20 mujeres que a diario se juntan a tejer y a quienes visita tres veces por semana. Con ellas está desarrollando una nueva línea de accesorios para Arte Origen que lanzará el 26 de junio en la Estación Mapocho, en el marco de la Semana de la Moda Slow, un encuentro que busca promover el diseño ético, basado en el comercio justo. Ese día, Daniela presentará el trabajo que ha hecho en conjunto con la diseñadora Francisca Montecino, sobrina de la antropóloga Sonia Montecino. Juntas están desarrollando la segunda parte de Cosmovisión Andina, un colección de vestidos y ponchos hechos con textiles antiguos cuya primera línea estrenaron el año pasado y se vende en Arte Origen. Cuando Montecino salga a recibir los aplausos del público, irá acompañada de dos artesanas de Rari. La idea, confiesa Acuña, se le ocurrió a los pocos días de compartir con las tejedoras, cuando empezó a advertir en ellas un reproche hacia el mundo de los diseñadores, a quienes ven en revistas luciendo propuestas hechas en crin que ellas han tejido, pero donde nunca las nombran. -Ellas te dicen: "¿Y dónde está mi nombre? ¿Dónde está Sandra Pastor? ¿Dónde está Marcela Sepúlveda? ¿Dónde está la Blanca? ¿Dónde está la señora Guillermina?". Es algo muy profundo, que no tiene que ver con el ego, sino con su invisibilidad como personas. Viviendo en Santiago eso nunca lo podría haber advertido. Las dos caras de la Araucanía Mientras en el patio de su casa busca un lugar donde no pierda la poca señal de celular, la diseñadora Maricarmen Oyarzún rememora su aterrizaje en la Araucanía. La primera vez que pisó Temuco fue en 2005, cuando tenía 28 años. Antes, su vida había transcurrido en Ciudad de México -donde nació- en Santiago -donde llegó a vivir a los ocho años- y en Milán, donde estudió un tiempo, luego de graduarse como diseñadora de vestuario en el Inacap. Era, dice, una amante del ritmo citadino y jamás se le cruzó por la cabeza vivir en el campo. Pero un día, en una feria de artesanía en Santiago, quedó atrapada por el colorido de unas mantas mapuches. Curiosa por entender cómo lograban esos tonos, decidió desarrollar un proyecto de intercambio llamado Araucanía textil: la idea era partir un tiempo al sur de Chile para aprender las técnicas de teñido de mano de las propias tejedoras mapuches y ella, a cambio, les enseñaría formatos más eficientes de trabajo. El proyecto finalizó un año después con una colección confeccionada con esos nuevos textiles mapuches y diseñada por Gerardo Tyrer -amigo de Oyarzún-, y con Maricarmen decidida a comenzar su vida en la Araucanía. -Yo me vine por ese proyecto, pero jamás con la idea de quedarme a vivir. No conocía la región y tenía temor de entrar a una comunidad indígena, porque no sabía si iba a ser aceptada o no. Ya existía ese temor que se alimenta desde Santiago, de que estas comunidades son conflictivas. Yo venía con ese imaginario: que eran comunidades muy cerradas, que no querían que llegaran personas no mapuches. Su primer contacto con ese mundo fue en la primera reunión con las tejedoras: 98 mapuches que llegaron convocadas por la Fundación Chol Chol. Frente a ellas repitió varias veces las palabras intercambio, tecnología e innovación. Sin saber muy bien de qué se trataba su propuesta, 20 de las participantes se interesaron en trabajar con ella. -Desde el primer momento fueron muy amorosas, cariñosas y receptivas conmigo. Nunca sentí un rechazo u hostilidad de parte de ellas. Ahí, todos mis temores dejaron de existir -asegura Maricarmen. Empezó a ir a sus casas, a conocer su ritmo de trabajo, cómo vivían y así empezó a tejer su historia con ellas. Ese primer año, desvincularse de Santiago no fue fácil. Arrendaba una pieza en Temuco y una vez a la semana viajaba a la capital. El panorama cambió al año, cuando se emparejó con Luca Cioffi, un orfebre italiano que había llegado por esos días a la Araucanía, con la idea de aprender sobre joyería mapuche. Juntos formaron Mestizo, una pequeña empresa familiar que desarrolla colecciones que solo venden a pedido -y que compran muchos alemanes de la zona- y que también es una consultora con la que pusieron a andar proyectos de capacitación: talleres en los que les enseñan técnicas a los artesanos para que mejoren sus sistemas productivos. Sus clientes suelen ser organismos del Estado, municipalidades y ONG. -Llegar a vivir acá fue como descubrir otro mundo, otro ritmo de vida. Al principio yo llegaba a la casa de las tejedoras con una carta gantt y les decía "esta es nuestra planificación estratégica; lo vamos a hacer así y usted me tiene que responder en estos tiempos", pero jamás me resultaron mis planificaciones. Era una frustración terrible; yo decía "no puedo creer que no avanzo, esta cuestión no está resultando". Me costó dos años ubicarme y entender que cuando la señora veía esto... se debe haber reído de mí -comenta. Solo cuando empezó a cortar su vínculo con Santiago, logró entender el ritmo de vida que la rodeaba. -Empecé a disfrutar el momento de estar con las señoras sin la ansiedad de la proyección, de si íbamos a llegar a exportar. Se transformó en simplemente sentarnos a tomar mate y a hacer un hilo precioso, y a hacer un teñido ese día; el que saliera y si es que salía, porque también entendí que cuando ellas tiñen depende mucho de su estado de ánimo. Comprendí que su ritmo es otro, totalmente distinto al que una está habituada a vivir en una gran ciudad y que yo era la que me tenía que ubicar. Hoy, nueve años después, vive en Vilcún, a 20 minutos de Temuco, con Cioffi y su hijo de cinco meses. A pesar de estar asentada en el corazón del conflicto de la Araucanía -su casa está cerca del lugar donde murió calcinado el matrimonio Luchsinger MacKay- asegura que ella sigue proyectando su vida en el sur. -Me cuesta hablar de este tema en verdad -comenta-, porque es doloroso; porque me toca de cerca por todas partes. No tengo una postura porque conozco a gente muy valiosa que son de comunidades indígenas, que son muy, pero muy amigos, y también conozco gente que viene de familias de colonos que es gente maravillosa. Es un tema recurrente que lo estamos viviendo muy de cerca, pero cuando nosotros estamos en estos encuentros de mujeres tejedoras, estos asuntos conflictivos no aparecen. Esas diferencias no existen. Las tejedoras mapuches le han ido enseñando secretos de su oficio como el teñido de la lana con barro, musgo, cebollas, flores y la variedad de plantas que también utilizan para sus remedios caseros. -Acá aprendí, por ejemplo, que el teñido no es una técnica solamente, sino que es un proceso que parte desde el animal: ellas viven cuidando los rebaños porque de la oveja no solo obtienen la lana, sino que también la carne, que venden y les sirve como una entrada para su familia. Los maridos se encargan de la esquila y ellas después se encargan de lavar la lana, convertirla en hilo y teñirla. Maricarmen, por su lado, las ha ido instruyendo en el uso de anilinas biodegradables -que reducen el gasto en leña porque tiñen más rápido que la corteza de árbol y además no contaminan el suelo, donde ellas arrojan el agua de la tintura-, y ha llevado a expertas a enseñarles que para limpiar la lana, en vez de agarrarla a coliguazos, de tirarla al río, de lavarla con detergente y secarla al sol, hay que tratarla con cuidado para que resulte un hilo suave, de mucha mejor calidad. Eso ha permitido, por ejemplo, que tejidos que antes vendían a 15 mil pesos, hoy cuesten el doble, y que en vez de vender solo en una feria artesanal de verano, esas mujeres reciban encargos todo el año y puedan asegurar un mejor ingreso para sus familias, lo que, de paso, ha mejorado su autoestima. Ese contacto con mujeres es lo que asegura la ha enraizado. -Yo, que soy la profe, siempre me voy de los talleres con una cantidad de conocimientos impresionante: aprendo usos de plantas medicinales, secretos para ciertas enfermedades, recetas de cocina y al mismo tiempo, una técnica de teñido. Es que el textil es un oficio femenino, pero que convoca: no es solitario. Nunca vas a encontrar a una señora sola; siempre somos unas 20 las que nos juntamos a tejer y a conversar y creo que eso es por la necesidad de juntarte con tu vecina a contarle tus problemas. Es la forma que tienen las mujeres de sanarse, de estar bien, de sentirse comprendidas por otras. La excusa de reunirse es lo que mantiene vivo el arte textil en el sur. Búsqueda en el altiplano Un par de años después de que Maricarmen dejara Santiago, también lo hizo una conocida suya, la historiadora Macarena Peña, dueña de la tienda Ona, quien en 2010 se instaló en San Pedro de Atacama. La idea tampoco estaba entre sus planes: todo partió en 2009, cuando la consultora de moda Laura Novik la invitó a participar en la primera versión de Travesía Raíz Diseño, un retiro donde por varios días un grupo de diseñadores compartió con artesanos para aprender su oficio y al mismo tiempo enseñarles formas de volver más contemporáneas y comercializables sus creaciones. Como el encuentro se hizo en el Museo Padre Le Paige, Peña se dio cuenta de que la tienda de souvenirs estaba mal abastecida. El director del museo aceptó su oferta de hacerle una asesoría y así empezó a viajar: durante un año, pasaba dos meses en Santiago y uno en San Pedro. En el camino se adjudicó un proyecto Innova Corfo para recopilar información histórica sobre los pueblos originarios -sus técnicas artesanales, el significado de sus diseños, el por qué de sus coloridos y los distintos códigos de construcción-, para luego poner ese material a disposición de diseñadores y artesanos con la idea de que pudieran desarrollar productos con identidad. Empezó a viajar por los alrededores de San Pedro y también al interior de Tarapacá, para estudiar la textilería andina. Compartiendo con aimaras y atacameñas sintió que allá su trabajo cobraba sentido. -De repente me vi compartiendo con ellas problemas cotidianos, desde el dolor de guata hasta que el marido las había engañado. Se fue borrando ese trato de cliente-proveedor o maestra-alumna y empezamos a tener una cotidianeidad que me gustaba -asegura. Ese proceso coincidió con una nueva etapa en su vida personal: tras dejar un truncado primer matrimonio en Santiago, se emparejó con Cristián Raggi, un guía de turismo a quien llama su "partner". La unión de todas las piezas selló el inicio de su vida en el norte. -Con mi ex marido tuvimos muchos problemas porque a mí lo único que me interesaba eran los artesanos y en eso Cristián ha sido súper importante, porque me acompaña a los lugares más recónditos. Partimos con GPS, bidones de gasolina, con tablones porque muchas veces nos quedamos pegados en el altiplano, donde es súper fácil perderse y si nos quedamos arriba por más que hagan cinco grados bajo cero, no se hace rollo. Esto se ha vuelto una aventura entretenida de vida. Reflexiona: -La razón por la que sigo viviendo acá es porque las tejedoras me abrieron su mundo y no solo su mundo productivo del saber hacer. Para mí es un privilegio que me inviten a una ceremonia del corte de pelo (rito andino que aleja maleficios y enfermedades de los niños) o de apertura del carnaval. Que me invitan a comer a su casa. Ellas sí tienen una cultura viva. Yo siempre he pensado que los artesanos no son los pobres; ellos son los ricos en identidad y nosotros somos los pobres que no sabemos cómo definirnos. "Compartimos con gente que no tiene nada que ver con nosotros en educación, pero que son tan sabios o mucho más aún que nosotros", afirma Acuña. "Vivir acá fue descubrir otro ritmo de vida. Al principio yo llegaba donde las tejedoras con una carta gantt, pero jamás resultaron mis planificaciones", confiesa maricarmen oyarzún. "Siempre he pensado que los artesanos no son los pobres; ellos son los ricos en identidad y nosotros somos los pobres que no sabemos cómo definirnos", dice peña. "(juntarse a tejer en grupo) Es la forma que tienen las mujeres de sanarse, de sentirse comprendidas por otras".

Fuente: http://diario.elmercurio.com/2014/04/08/ya/revista_ya/noticias/b8759407-8498-4eb1-9314-fa4a627e402d.htm