La agitada actividad cultural que se ha apoderado de Chiloé en los últimos diez años ha surgido de la mano de una oleada de mujeres de obstinado carácter y contundente formación, que no solo han decidido construir sus vidas en la isla, sino que también convertirse ellas mismas en puentes humanos, capaces de reconectar al archipiélago con su historia.   

Por Pilar Navarrete Michelini, desde Chiloé.  EL Mercurio, Revista YA.

En el patio interior del Museo Regional de Ancud, ubicado a un costado de la Plaza de Armas, duerme el enorme esqueleto de una ballena azul: un ejemplar de 24,3 metros que varó al sur de Ancud, y cuyos restos óseos llegaron hasta el museo en 2005, a través de una minga que organizó Marijke van Meurs, la antropóloga chilena, hija de holandeses, que dirige el museo desde 2001. Convencida de que los museos son "el" gran espacio para dar a conocer hallazgos científicos de manera rápida, cuando van Meurs se enteró de que en la Bahía de Pumillahue, 40 kilómetros al sureste de Ancud, en un sector de muy difícil acceso, había muerto un enorme cetáceo, ella y su equipo decidieron llevar adelante un peculiar trabajo cooperativo: guiados por personal del Centro de Conservación Cetácea y junto a un grupo de ancuditanos y personas de comunidades aledañas, fueron dividiendo y limpiando los restos de la ballena -amarraron cada uno de sus huesos a rocas para que el oleaje no se los llevara consigo-, y finalmente organizaron el traslado de los enormes restos al museo. Desde entonces, es el sexto ejemplar de esta especie que se exhibe de manera pública en el mundo. Sentada en su escritorio, Marijke recuerda cómo nació su amor por el archipiélago: -Cuando chica vine a Chiloé con mis papás y me pareció una isla mágica. Siempre me interesó vivir aquí -comenta. Por eso, cuando se dio la oportunidad, postuló para dirigir el Museo de Ancud. En sus casi trece años de gestión, se ha convertido en un referente cultural dentro de Chiloé por llevar al museo a un escalafón superior, donde su colección ha empezado a lucirse con dinamismo y prestancia. La gestión de van Meurs coincide con la de una serie de mujeres de carácter particularmente obstinado, que en distintas facetas culturales, han decidido convertirse en una especie de puente humano para que el Chiloé profundo no se desvanezca con el vertiginoso ritmo de los tiempos modernos. Entre ellas, la poeta Rosabetty Muñoz, que desde 2006 lleva a cabo un taller literario que ha generado insospechado revuelo entre estudiantes de liceos municipales; la pianista y gestora cultural Paola Moraga, quien desde 2008 organiza el Festival Musical Chiloé, que lleva música docta a la isla; Soledad Guarda, chelista que desde hace cinco años dirige el Departamento de Cultura de la Municipalidad de Castro; la pintora ancuditana Anelys Wolf, quien ha plasmado con nueva fuerza el imaginario del Chiloé; la periodista y gestora Luz María Vivar, que a través de su galería Modulor ha creado un mercado para las artes en el centro de Castro, y la actriz Gabriela Recabarren, quien desde hace cinco años lleva a cabo el Festival Internacional de Teatro Itinerante por Chiloé Profundo que lleva montajes, por tierra o en lancha, a los lugares más recónditos del archipiélago. Antes de instalarse en Ancud, Marijke van Meurs estudió Historia del Arte y Arqueología Clásica en la Universidad de Ámsterdam, Arqueología e Historia de las Culturas de América Indígena en la Universidad de Leiden y trabajó como docente en la carrera de Antropología en la Universidad Austral. -Cuando yo llegué a Chiloé había mucha gente haciendo cosas, pero era impensado vivir del arte. Hoy, los trabajadores de la cultura acá pueden vivir de su trabajo, porque existen fondos, como el Fondart y becas, pero también ha ayudado la llegada de gente que tiene la capacidad de trabajar en pos de la cultura con mayor conocimiento -asegura. Marijke pone como ejemplo el Departamento de Cultura de la Municipalidad de Castro, que desde hace cinco años dirige la chelista Soledad Guarda, chilota de nacimiento, integrante de la banda Bordemar -famosa por fusionar el folclor chilote con música de cámara-, y que luego de 22 años fuera de Chiloé, regresó a vivir a la isla en 2008. Por ese entonces, el alcalde le ofreció el cargo que estaba vacante, ella aceptó, y desde entonces ha sacado adelante un trabajo que hoy le reconocen no solo artistas, sino también la comunidad. Mientras toma mate en el comedor de su casa ubicada en Nercón, en las afueras de Castro, reflexiona: -Cuando trabajas en la Municipalidad de Castro, trabajas para todo Chiloé y para su ruralidad. Yo siempre digo que el Centro Cultural de Castro (donde trabaja) es un edificio, pero el Departamento de Cultura es una cosa que trasciende sus paredes. Hemos hecho en el campo un rescate maravilloso. Así, fuera de llenar el calendario anual del centro cultural con actividades -obras de teatro, conciertos, presentaciones artísticas y seminarios, todos gratuitos-, Guarda echó a andar un taller para recuperar oficios chilotes, como el acordeón a botones, la arquitectura de ribera, el trabajo en fibra y la artesanía en madera. En una pequeña escuela rural de Lingue -un poblado que conecta a varias otras localidades aledañas a Castro-, viernes y sábado realizan sesiones, donde cultores de gran trayectoria enseñan sus oficios a los niños. Para facilitar el acceso, el municipio dispuso que cuatro buses pasaran a recoger a los pequeños después de clases para llevarlos al taller y, luego, a sus casas. Hoy asisten 120 alumnos. -Hemos vuelto a tener acordeonistas de apenas 8 años y padres que se han incorporado a este circuito de aprendizaje -comenta Soledad. A diez minutos de su casa vive la actriz Gabriela Recabarren, quien, oriunda de Santiago, se instaló en Chiloé hace cinco años, cuando dio vida al Festival Internacional de Teatro Itinerante por Chiloé Profundo (Fitich), que lleva funciones de teatro a los lugares más recónditos del archipiélago. Su oficina está en el segundo piso de la casa que convirtió en un hostal para alojar al equipo completo de actores, músicos y productores que llegan para cada versión. Antes de asentarse en Chiloé, Gabriela se dedicó a viajar 15 años por Latinoamérica haciendo teatro itinerante. Su primera travesía fue por el Amazonas peruano, donde para montar una obra, la única escenografía disponible era la naturaleza. Como no había conexión eléctrica, la música la ponía el canto de los pájaros. -Ahí me di cuenta de que la escenografía, la luz, el sonido, eran un aliño. Se me derrumbó la técnica que aprendí en la escuela, pero a cambio descubrí que el teatro podía sanar a personas. De vuelta en Chile, su hija partió a vivir con su papá a Chiloé. Gabriela se fue de gira y cuando se aprontaba a partir por largo tiempo a Europa, echó pie atrás y decidió anclarse en la isla. Sentada en el living de su casa, recuerda la accidentada primera función del Fitich, en la sede de la junta vecinal de la isla de Quehui. Con ella iba la encargada del Departamento de la Mujer de la municipalidad y también tres actrices brasileñas. Cuando llegaron, no había nadie: como había bajado la marea, los pocos habitantes de la isla estaban en la playa, recolectando choritos. Gabriela partió a buscarlos; solo logró reunir a 18 mujeres. -Cuando las vi sentadas en la sala, me di cuenta de que muchas no tenían dientes. Estaban en condiciones tremendas. Podías ver su cara de sufrimiento. Entonces dije "no puedo presentar una obra de teatro". Y decidí ahí mismo hacer una sesión de dramaterapia. En ese momento, Gabriela pudo ver cómo ese grupo de mujeres, a través del teatro, reconocían por primera vez sus dolores y la necesidad de hacer algo distinto en sus vidas. De esa función, nacieron talleres de capacitación en peluquería y cocina financiados por el municipio. Desde entonces, el festival se realiza dos veces al año. Llueva o se desate una tormenta, las funciones jamás se suspenden. -Una vez nos quedamos atrapados en la mitad del mar, porque la lancha se echó a perder. Otra vez, la persona que tenía las llaves de la sede social partió a pescar, entonces en un furgón montamos los telones, nos conseguimos un generador eléctrico y así solucionamos todo. Me gané el sobrenombre de "por la razón o la fuerza". Pero por eso mismo hemos logrado milagros, como una vez en Acui donde el 98% de la población de la isla llegó a ver una obra. Como gesto de agradecimiento, dice Gabriela, ya se ha hecho costumbre que los lugareños organicen un curanto al final de las funciones. Aunque nació en Ancud y su sueño es volver a vivir en Chiloé, la pianista Paola Moraga hace 24 años salió de la isla: tenía 16 cuando partió a Santiago a estudiar piano a la Universidad Católica. Cuando terminó la universidad, entró a trabajar al Conservatorio Nacional de Música y paralelamente hizo un Magíster en Gestión Cultural en la Universidad de Chile. Ahí surgió la idea de hacer un festival que llevara a la isla música docta, cuya primera versión celebró en 2008: llevó a dos grupos de música barroca desde Santiago que se presentaron en la parroquia El Sagrario. Ambas funciones fueron un éxito. El Festival Musical Chiloé ya lleva seis versiones; cada año reúne a cerca de mil personas. El encuentro ahora se extiende por cuatro días y su repertorio se amplió: también incluye a compositores vivos y música latinoamericana. Pero consciente de que no se trata de un repertorio fácil, Paola le pide a los músicos que mientras presentan sus trabajos se den el tiempo de explicar el contexto de cada obra, la importancia de las composiciones y el valor de los instrumentos. -Me ha servido mucho ser de la isla, porque cuando eres de acá entiendes que para convocar a los chilotes necesitas generar un lazo afectivo, que se sientan invitados. Por eso los promotores se pasean en el sector de los pescados del Mercado de Ancud, pero también frente a los bancos. Ahora, el sueño de Paola es llevar el festival por todo el archipiélago. -Me gustaría sacarlo del Teatro Municipal de Ancud, subirlo en una lancha y llevar la música a viajar por toda la isla. También en Ancud, pero más hacia las alturas, vive la poeta Rosabetty Muñoz. Sentada junto a su cocina a leña, la ganadora del Altazor 2013 cuenta cómo el taller literario que partió haciendo el año 84 en escuelas municipales, tomó nuevo vuelo con el movimiento estudiantil de 2006, el llamado Pingüinazo: para deponer la toma del Liceo Domingo Espiñeira Riesco, el más emblemático de Ancud, donde ella y su madre estudiaron, uno de los acuerdos fue sumar a la Jornada Escolar Completa talleres artísticos. Entonces, decidió dedicarse de lleno a hacer el taller literario, que tuvo inusitado éxito: de primero a cuarto medio suele tener cerca de 120 alumnos. La clave del éxito, dice, ha sido no imponer censura. Lo único prohibido son los garabatos. -Tengo una ley que no la perdono: las groserías yo no las paso, pero fuera del lenguaje, el resto no me importa. Hay chicas que pololean entre ellas, chicos que pololean entre ellos, que están de la mano, que se dan besos en la sala. A mí no me importa nada de eso. El taller es para ellos su espacio de libertad. Y ese es el gran aporte: les gusta porque saben que lo que se habla en el taller no sale de ahí, porque se hablan cosas tremendas. Ellos se han podido abrir y salen cosas realmente impresionantes. Como el objetivo del taller es que los alumnos se conozcan a sí mismos y al resto a través de la escritura, durante las sesiones realizan juegos como el test de Proust, donde cada chico va definiendo características de su personalidad. -A veces ahí sale, por ejemplo, la pregunta sobre las formas de morir, y me ha pasado que en ciertos grupos el 80% dice que quiere morir joven; eso tiene un sentido. Entonces, hacemos una rueda de conversación: por qué quieren morir joven, qué es lo que no quieren que pase, y eso nos da para dos o tres sesiones. Al final del año, cada alumno tiene una carpeta con 10 o 12 trabajos, escritos sobre cómo ven la muerte, cómo ven su cuerpo. Con el material del taller han hecho exposiciones, editado libros, grabado programas de televisión donde los alumnos entrevistan a grandes escritores chilenos que luego han sido transmitidos por los canales locales. El taller también ha sido semillero de galardones importantes, como el Premio Roberto Bolaño -el más destacado que existe para estudiantes y que entrega el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes-, que en 2010 se llevó uno de sus alumnos: Juan González, hijo de un fletero de Ancud, que hoy estudia Psicología en la Universidad de Chile. Más allá de los reconocimientos, Rosabetty reflexiona: -A mí me interesa mucho el trabajo en el taller, porque creo que mantiene vivo lo único que sigue sosteniendo la cultura de Chiloé: el sentido de comunidad. Acá la vida personal tiene realmente valor cuando la pones en proyección con otros. En el taller no se aprende tanto de literatura como de la vida, con todo lo que los chicos escuchan de sus compañeros. Ese compartir hace que se reflexione en conjunto las cosas que pasan alrededor de nosotros. El taller de la pintora Anelys Wolf está en el primer piso de la casa de sus padres, una construcción de más de cien años ubicada en el centro de Ancud. Varios rincones están decorados con sus pinturas, que guardan postales del Chiloé contemporáneo, como niños en el living de una casa jugando Playstation; en otros casos, recuerdos de un Chiloé que ya no existe. Por estos días se dedica a atrapar en pintura un universo que hasta ahora solo guardaban fotos en blanco y negro: la juventud de sus papás en los años 60. Aunque hace un tiempo se negaba a centrar su obra en Chiloé, hoy navega por un mar de recuerdos para construir con su pintura una memoria colectiva chilota. -Al principio decidí alejarme de Chiloé, porque encontraba muy gratuito ser altiro una pintora chilota. Yo me preguntaba con qué propiedad hablaba del lugar de donde venía. Yo era chilota pero escuchaba The Cure y me gustaba comerme un McDonald's; cosas que también hace todo el mundo, y creo que eso, también es ser chilote. El giro de su pintura se gatilló cuando decidió radicarse definitivamente en el archipiélago tras pasar varios años viajando entre Chiloé y Europa. Además, en su vida se detonaron procesos importantes, entre ellos uno particularmente difícil: el alzheimer de su mamá. La pintura se volvió el soporte para sellar sus recuerdos. -Me di cuenta de que había un material donde quería indagar. Eso se juntó con el hecho de que como estoy viviendo con mis papás, en la sobremesa se habla del pasado, de la historia de esta casa, de sus historias, entonces decidí tomar los álbumes fotográficos de esta casa y de otros para empezar a armar una memoria colectiva de Chiloé, porque en el fondo, aunque sea otra familia la que aparece en el muelle de Ancud, mi familia y yo en algún momento también estuvimos ahí, recibiendo esa misma intensidad de luz un día de enero. Así me di cuenta de que hay algo de uno que también es de los otros y algo de los otros que también es mío. Con este trabajo, confiesa, también ha podido hacerle un homenaje en vida a sus padres. Algunos de los cuadros de Wolf se exhiben en las paredes de Modulor, la galería que hace ocho años montó la gestora cultural y periodista Luz María Vivar en el primer piso de una casa en el centro de Castro donde funciona el taller de su marido, el arquitecto Edward Rojas, famoso defensor de la cultura del archipiélago. Junto a las pinturas de Anelys también hay algunas de otros pintores chilotes. En ellas hay bosques, corderos, nubes que se transforman. El lugar nació como una pequeña tienda de decoración, pero fue mutando a galería luego de que Vivar le prestara el espacio a un artista para exponer. -Siempre pensé en este lugar como un puente entre los artistas locales y la comunidad, porque faltaba una plataforma donde se visibilizaran las artes visuales que se producen en Chiloé. Parte de mi trabajo ha sido enseñarles a los artistas que el arte es prescindible y que para poder vivir de él tienen que haber, por ejemplo, formas de pago amables para la gente -sostiene Luz María. Antes, asegura, la gente caminaba por las calles y no encontraba un espacio para detenerse a mirar el arte. Ahora, dice, sí lo hacen, y reflexiona: -Creo que en Chiloé se ha dado un descubrimiento muy lindo. "HOY ES POSIBLE VIVIR DEL ARTE EN CHILOÉ PORQUE HAN LLEGADO PERSONAS QUE SABEN GESTIONAR LA CULTURA", ASEGURA VAN MEURS. "NOS HEMOS QUEDADO ATRAPADOS EN EL MAR, PERO TAMBIÉN HEMOS LOGRADO QUE EL 98% DE UNA ISLA LLEGUE A VER UNA OBRA DE TEATRO". -Gabriela Recabarren- "(MI TALLER) AYUDA A MANTENER VIVO LO ÚNICO QUE SIGUE SOSTENIENDO LA CULTURA DE CHILOÉ: EL SENTIDO DE COMUNIDAD". -rosabetty muñoz- "DECIDÍ PINTAR ÁLBUMES FOTOGRÁFICOS PARA ARMAR UNA MEMORIA COLECTIVA DE CHILOÉ A TRAVÉS DE LA PINTURA". -anelys Wolf-